OPINIÓN TAURINA
Recto, Moli, recto
José Fernando Molina, triunfador numérico en un reñido y torero mano a mano con Diego San Román
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Albacete vuelve a oler a torero. El cuadro general de la novillería tiene los plomos fundidos y el hedor que desprende preocupa y mucho. Las escuelas taurinas se han convertido en multinacionales cuyos productos son capaces de torear hasta a un melón cuesta abajo. En cambio, tienen nula capacidad para transmitir un mínimo de emoción a los tendidos. Son todos iguales. En la época actual, pongamos los diez últimos años, han existido dos espejos a los que había que imitar para parecer torero: José María Manzanares y Alejandro Talavante. El cambio de mano del alicantino y la arrucina y el muñecazo del añorado extremeño. Y los cabrones, con perdón, se pensaban que podían hacerlo igual.
Albacete se apuntó a esa moda, por supuesto. Y así nos fue. De la época de los Pinar, Tendero, Juanlu, Serrano, Arenas, etc., a los tiempos de nadie. Porque no salía ningún joven que torease más de dos o tres festejos. Además, una era en casa y no pasaba nada. Ibas a las clases prácticas o a los festejos en pueblos y aldeas y no veías absolutamente nada que no fueran personajes fuera de tipo jugando a tener ese empaque de Manzanares o la genialidad de Talavante. Ahora se está poniendo de moda ese cambio de mano girando la muleta y doblando la muñeca que sublima Pablo Aguado. En cambio, ninguno tiene dos dedos de frente para imitar el toreo recto, vertical, profundo y celestial de ciertas figuras del toreo. Se quedan únicamente en el postureo y en el detallito que sirve de epílogo para la tauromaquia propiamente dicha.
José Fernando Molina es la última esperanza blanca. Igual que el Albacete, el de fútbol, nos ha ilusionado a todos, él ha llegado en la misma época como renovador del toreo manchego. En sus dos primeros novillos, después de torearlos a placer con ese concepto retorcido, profundo y poderoso, ha dejado caer los hombros, se ha encajado y ha dejado un par de naturales antológicos. No había terminado de darlos y ya estaba mirando a mi compañero de asiento:
- Lo has visto, ¿no?
- Así sí, Hulio.
El Moli, como le conocen en su tierra, tiene dentro el toreo y todavía no es consciente de todo lo que alberga en sus muñecas. Los pases de pecho son carteles de toros, los trincherazos y pases del desdén tienen esa magia que pone cachondos a los fotógrafos. Pero esos naturales son otra cosa. Justo cuando los ha pegado, su mentor, Manuel Caballero, le ha dicho: "no te abandones, Moli". No, torero, abandonate. En ese momento han llegado los olés más rotundos. El concepto al que nos tiene acostumbrados está de moda y le dará triunfos. Pero para que llegue la gloria: recto, Moli, recto.
Julio Martínez, @JulioMartinezR_