Capilla del Santísimo, entre el gótico tardío y el exponente del barroco

La capilla del Santísimo o de los Ayala Berganza es un claro exponente de la arquitectura barroca de la Catedral de Segovia.

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La capilla del Santísimo, o del Sagrario, de la Catedral de Segovia es el centro litúrgico del templo donde se celebra el culto de lunes a sábado, excepto solemnidades y misas del domingo.

Esta capilla está estructurada en dos zonas bien diferencias y separadas por siglos y estilos arquitectónicos. El espacio más sobresaliente, donde se encuentra el presbiterio, es la denominada capilla de los Ayala Berganza, exponente del estilo barroco del templo. La segunda parte, la antigua sacristía, espacio en el cual se sitúan los fieles para seguir la celebración litúrgica, forma parte del estilo gótico tardío que caracteriza al conjunto del templo, última catedral gótica construida en España.

Capilla del Santísimo: espacio vivo para el culto

La primera parte y, más antigua, es la antigua sacristía o capilla del Cristo de la Agonía, finalizada en 1562 siguiendo las trazas del maestro Rodrigo Gil de Hontañón y rematada con bóveda de crucería. En su interior destaca el Cristo de la Agonía, obra del escultor Manuel de Pereira del s. XVII, donde el diseño del conjunto de la azulejaría fue encargado al ceramista Daniel Zuloaga. Zuloaga lo ejecutó en la antigua fábrica de cerámica «La Segoviana», y fue colocado en 1897 en su lugar actual. Esta capilla fue adquirida para enterramiento por la familia del Marqués de Lozoya hasta que a finales del s.XIX fuese donada al Cabildo Catedral.

En frente se alza el retablo barroco del siglo XVII, trasladado de la antigua iglesia de San Nicolás y que alberga varios cuadros del santoral. Una vez traspasadas las tres rejas forjadas por Martín de Ciorraga en 1762, comienza la capilla de los Ayala Berganza.

De planta cuadrada, está coronada con cúpula de media naranja sobre pechinas y fue propuesta al Cabildo en 1684 para su construcción por uno de los últimos miembros de la noble dinastía de los Ayala, Antonio de Ayala y Berganza, quién demás de ser Arcediano de la ciudad de Segovia, fue también canónigo de esta Catedral. Su actividad en el templo fue intensa y en los últimos años de su vida, concretamente el 24 de marzo de 1684, eleva un memorial al Cabildo solicitando instituir fundaciones y enterrarse en el templo “por cuanto he tenido y tengo particular afecto a esta Santa Yglesia, como capitular tan antiguo della”.

Para tal uso, el arcediano –diácono principal de una Catedral- solicitó el permiso para edificar un espacio con relicario, oratorio y sagrario, un deseo que fue aceptado por el resto de canónigos, que al mismo tiempo rechazaron su primer planteamiento consistente en que se uniera a este panteón familiar la antigua sacristía contigua. Esta noticia hizo que Antonio Ayala Berganza agradeciera a la Catedral con la concesión de todos sus bienes a la fábrica del templo, que aún seguía sin estar completamente terminado.

Por consiguiente, el Cabildo y Antonio Ayala se ponen en marcha para formular los expedientes y formulismo legales necesarios para iniciar la obra. El arquitecto designado es José de Vallejo, vecino de Segovia, obligado a seguir las trazas marcadas por Ayala. El Arcediano aportó un total de 16.000 ducados al contado para hacer frente a esta obra más otros 4.000 en concepto de renta para los gastos relacionados con el adorno de las reliquias que se añadieran al futuro oratorio.

El último de los informes favorables vino de la mano del entonces obispo de Segovia, Francisco Antonio Caballero, pero con la misma condición puesta por el resto de los canónigos de que el nuevo oratorio se hiciera fuera de la que hoy es la antigua sacristía. En el mes de junio de 1686 ya se había empezado a trabajar en la nueva capilla utilizando piedra de los paredones derribados en las naves. A la muerte del arquitecto Vallejo, retomó las obras el madrileño Juan de Ferreras aunque con una nueva traza que entusiasmó a Ayala Berganza al tiempo que aumentó el gasto hasta los 22.000 ducados entregados hasta la muerte de este.

En 1720 la capilla ya se había finalizado, aunque diez años después se tuvo que reforzar con un enorme contrafuerte diseñado por Tomás de Albarrán debido a la gran altura del cuerpo y al desnivel del terreno sobre el que se asienta. El terremoto de Lisboa de 1755 obliga nuevamente a reforzar los muros del cuerpo.

Retablo y tabernáculo de los Ayala Berganza

El interior de la capilla de los Ayala Berganza supone una exaltación del Santísimo Sacramento y un espacio de honor diseñado por Antonio Ayala Berganza para dar paz eterna a él y a su familia. En los muros laterales están adosados cuatro sepulcros, dos a cada lado pertenecientes a Juan Ayala Berganza, Diego Ayala Berganza, Gaspar Ayala Berganza y a Antonio Ayala Berganza, último de los miembros de la noble dinastía. Las losas funerarias de los cuatro miembros de la familia y que habían sido todos canónigos de la Catedral fueron labradas por Gaspar de Villacorta y los arcosolios donde se ubican por Andrés de Monasterio. Rematando cada uno de los sepulcros monumentales se tallaron las armas de los Ayala Berganza.

El retablo mayor es sin duda la obra más significativa del panteón familiar. Diseñado por José de Churriguera y dorado por los maestros segovianos, Santiago Casas y Lorenzo Villa, se empieza a levantar en el año 1686. Dos columnas salomónicas se erigen a ambos lados protegiendo el tabernáculo central y en los entrepaños laterales del primer nivel del retablo se trazan alacenas -hueco en la pared con estantes- para la guarda de reliquias. En la parte superior, bajo un dosel, se ubica la imagen triunfadora de San Fernando protegido a los lados por dos arcángeles. Todo este nivel superior es rematado por el escudo colorido de la familia Ayala Berganza.

El soberbio tabernáculo fue incorporado al retablo de la capilla en el año 1718. El diseño fue encargado a Antonio Tomé, vecino de Toro, al que se le dieron 17.000 maravedís para “hacerlo y sentarlo”. Este tabernáculo, también conocido como ostensorio o manifestador, se finalizó en 1766 con el dorado por parte de Santiago Casas y Lorenzo Vila por 30.000 maravedís.

El mecanismo del tabernáculo fue diseñado para que pudiera girar sobre su base ya que sus cuatro lados representan cada uno la Anunciación, Pentecostés, una arqueta para el Jueves Santo y el último de los lados contiene un expositor para el día del Corpus Christi en color jaspe azul. Sobre la base de esta estructura están representados los cuatro evangelistas, y todo el conjunto se rodea de decenas de serafines y ángeles músicos entre rayos dorados. La parte superior se remata con la Fe que contiene el cáliz en su mano derecha y la cruz en la izquierda.