Rubens vuelve a su taller recreado en el Museo del Prado

La pinacoteca escenifica el modus operandi del gran pintor flamenco y sus 25 colaboradores en una exposición con treinta obras de Rubens y sus ayudantes

Carlos Murillo SedanoRamón García Pelegrín

Publicado el - Actualizado

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Por primera vez, el Museo del Prado recrea el taller de uno de los grandes maestros de la pintura, en este caso el flamenco nacido en Alemania Pedro Pablo Rubens (1577/1640). Uno de los talleres más importantes y mejor documentados de la época. Hasta mediados de febrero, el Museo del Prado nos invita a zambullirnos en la atmósfera de trabajo artístico que se vivía en el taller de Rubens (también llamado obrador) en el siglo XVII. Toda una invitación a reflexionar sobre el proceso creativo y los límites de la autoría de las obras.

Arte

UNA MUESTRA QUE SE VE Y SE HUELE

En la sala habilitada ahora, junto a la mítica galería central del Prado, huele a trementina nada más entrar. Es una forma sensorial de aproximarse y empaparse del trabajo artístico de Rubens y sus alumnos. Como la gran mayoría de los pintores europeos a partir del siglo XV, Rubens trabajó dentro de un sistema de taller heredado de los artesanos medievales. El trabajo se dividía en distintas fases que permitían al maestro y a sus discípulos aumentar la productividad del obrador bajo el paraguas de la prestigiosa Marca Rubens.

Ahora, en esta escenificación, podemos ver cuadros realizados por el maestro de Amberes, otros pintados por sus colaboradores y algunos más, resultado de los diferentes grados de cooperación entre Rubens y sus 25 discípulos. Todas las obras que salían del taller eran muy cotizadas aunque los precios fluctuaban en función de la aportación del maestro a los lienzos. 

DOS VERSIONES DE UN MISMO RETRATO

La reina de Francia Ana de Austria (nacida en Valladolid, hija primogénita de Felipe III, esposa de Luis XIII y madre de Luis XIV), la “bella y orgullosa” soberana retratada por Alejandro Dumas en Los tres mosqueteros tiene una presencia magnética en la sala que recrea el taller Rubens. Presencia doble porque aparece en dos retratos colgados uno al lado del otro. Uno de ellos, el original, obra del esfuerzo y talento de Rubens, pintado en París en torno a 1622. El otro, la copia por cierto de extraordinaria calidad, realizada en su taller, fruto del talento de un colaborador anónimo, eclipsado por la luz del gran maestro flamenco.

Pintura

El Prado, juguetón, nos invita a descargarnos un código QR para intentar adivinar cuál es la copia y cuál el original. No es fácil. Ya aviso. Por cierto el retrato original de Ana de Austria forma parte de la deslumbrante colección del Prado. La copia procede de Viena, de una colección particular. La extraordinaria productividad de Rubens y sus ayudantes fue posible gracias al sistema de trabajo establecido en el taller con el objetivo de incrementar el volumen de trabajo y sus pingües beneficios.

Los mercados financieros surgidos al calor del siglo XVI propiciaron un aumento de la especialización y la productividad en la producción artística. Una de las ciudades que lideró esa evolución fue Amberes, donde residió y trabajó Rubens la mayor parte de su vida. Ese contexto, junto a una tradición artística de primer orden que se remontaba a los pintores Jan Van Eyck, Rogier van der Weyden y otros pintores flamencos del siglo XV, fue suficiente para hacer soñar a Rubens.

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