Madrid - Publicado el - Actualizado
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Añadir el nombre de Steven Spielberg a la pléyade irrepetible que ya adaptó West Side Story al cine hace 60 años (el compositor Leonard Bernstein, el letrista Stephen Sondheim, el coreógrafo Jerome Robbins y el director Robert Wise) depara una versión que no desmerece en nada a la oscarizada película de 1961. La mano del genial director se aprecia particularmente en los aspectos técnicos. Resulta improcedente comparar ambas porque los medios de antes no son los de ahora y el mérito de haber realizado en su momento aquella inmortal obra maestra es indiscutible. Dicho lo cual, el oficio del llamado Rey Midas de Hollywood proporciona otro espectáculo encomiable, con unos bailes brillantes y cuidados en cada detalle, sin alejarse demasiado de los originales.
Basada en Romeo y Julieta, la historia se sitúa a finales de la década de los 50 en un barrio marginal de Nueva York en pleno proceso de remodelación. A pesar de que muchos edificios tienen los días contados y quienes los habitan deberán marcharse de allí pronto, dos pandillas pelean por el dominio de las calles. Los Sharks, puertorriqueños, están liderados por Bernardo, cuya hermana, María, lleva poco tiempo en la ciudad. Inesperadamente la joven se enamora de Tony, el antiguo cabecilla de sus rivales, los Jets: estadounidenses de origen humilde que han crecido en el seno de familias desestructuradas. A medida que el amor entre Tony y María crece, las rencillas van en aumento hasta abocarnos a la tragedia.
El guion, en general, contiene pocas novedades, si bien enfatiza temas que siguen estando de actualidad como la xenofobia, el racismo y la discriminación de género. Además, introduce la referencia a la gentrificación con ánimo de denuncia; una amenazante estrategia urbanística que aquí subraya el sinsentido del enfrentamiento entre bandas, que parecen ignorar ese enemigo común. En el resto, apenas encontramos variaciones significativas. Se alude a un oscuro pasado del protagonista, Toni, que estuvo un tiempo en la cárcel y los nostálgicos agradecerán la sutil conexión que establece con la película anterior a través de la tienda de Doc que ahora regenta su viuda.
Evidencia un despliegue enorme de recursos que se traducen en unos movimientos de cámara impecables a la hora de recrear las secuencias emblemáticas del musical. Hay también ciertos cambios de ubicación que permiten un mayor lucimiento visual de la puesta en escena. Las coreografías presentan ligeras modificaciones que solo en algunos casos mejoran a sus predecesoras.
En el reparto no abundan los rostros conocidos, pero el departamento de casting no ha errado lo más mínimo y descubrimos a nuevos talentos.