Madrid - Publicado el - Actualizado
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Después de casi una semana de confinamiento, tengo que decir que no he tenido tiempo para aburrime ni lo más mínimo. Va en serio. Supongo que cada persona, en este caso cada familia, podría contar su película. Pocas veces habrá tenido más sentido aquella frase popular que dice “cada uno en su casa y Dios en la de todos”. En mi caso, las mañanas se pasan en un suspiro y las tardes casi de la misma forma. La culpa de todo la tiene el teletrabajo y sus circunstancias. Se trata de hacer lo mismo, pero con menos medios y un montón de distracciones que merman la productividad y, por lo tanto, obligan a prolongar la jornada laboral más allá de las horas habituales. De hecho, el horario se difumina cuando uno puede trabajar en zapatillas y tiene la nevera a dos pasos. Creo honestamente que si el estado de alarma se prolonga, la próxima analítica será motivo de ingreso y no necesariamente como consecuencia del coronavirus. Habría que clausurar las cocinas de los pisos y solo permitir la entrada tres veces al día, el tiempo justo para desayunar, comer y cenar de forma frugal. Ni un minuto más ni un minuto menos. Lo demás es puro vicio. Del malo, como el colesterol.
En estos días de encierro, los tipos y tipas callejeros lo estamos pasando regular por el confinamiento. Pero es lo que toca. Por eso me ha resultado especialmente irritante ver a rebaños de cenutrios, especialmente en los primeros días de la crisis, asimilando una pandemia con un período de asueto. Como los mandaron marcharse a casa, algunos pensaron que era el momento propicio para irse a la playa o para montarse una churrascada con los colegas en un parque natural. Otros abrieron las ventanas de sus segundas residencias con el ánimo elevado de cuando llegan las vacaciones. Pues se les jodió el plan. Poco a poco, se ha visto que la cosa es más grave de lo que parecía y, consecuentemente, también las medidas para hacer frente a la expansión del virus.
Debo reconocer, ya que hablamos de cosas irritantes, que me ha entrado la risa floja varias veces esta semana cuando escuchaba a algunos iluminados, a través de las redes sociales, de la radio o de la televisión, aconsejar a sus semejantes que estén “tranquilos” en casa. Que es un buen momento para ver series, películas que teníamos pendientes, leer un buen libro u organizar los armarios. Lo será para ellos. Se da la circunstancia de que en algunos domicilios, a pesar del confinamiento, tiene que trabajar como buenamente puede todo hijo de vecino y, además, hacer la limpieza y organizar la intendencia para evitar el caos y el desabastecimiento. Además, en muchos de esos hogares hay niños pequeños que requieren de atención y de que alguien se ocupe de buscar actividades que les obliguen a gastar esas baterías que siempre llevan cargadas. Tiene su mérito hacerlo entre cuatro paredes y en unos pocos metros cuadrados.
Podemos estar en casa, insisto en que es lo que toca y lo que hay que hacer, pero lo de permanecer “tranquilos” es otra cosa. Aún así, no podemos, no debemos y, seguramente, no tenemos derecho a quejarnos. Basta con pensar en cómo están afrontando esta pandemia en otros lugares del mundo menos favorecidos. Sin restarle importancia a lo que está sucediendo en nuestro país, es evidente que hay sitios donde todo es siempre un poco peor.
Es mejor no pararse a pensar en las cosas malas. Esas ya vienen solas. Se trata de mantener la moral elevada. Para aquellos que se aburran y no puedan soportar la ausencia de vida social, me queda recordarles que tienen tres momentos en el día para relacionarse con sus semejantes, aunque sea a distancia. Podemos salir al balcón con la cazuela para protestar contra los desmanes de la monarquía, o hacerlo para aplaudir a los sanitarios que están peleando contra el bicho. Ahora también, y esa es la novedad, para agradecerle a Amancio Ortega su “generosidad” con la sanidad española.
No sé. Esta semana en mi barrio, en San Roque, mientras la mayoría aplaudía a los sanitarios, un espontáneo sacó un altavoz y puso a todo volumen una versión maquinera del ‘Bella Ciao’. La gente se lo tomó con humor y lo jalearon. Acabaron pidiendo otra. El repertorio terminó con el himno del Club Deportivo Lugo. Ese es el espíritu. Salud.