Se les conoce como "furtivos de bañador". Muchas veces son turistas, pero no exclusivamente. Se trata de bañistas que aprovechan el momento de darse un chapuzón en las playas de Galicia para meterse en los bolsillos del bañador o en la parte de arriba del bikini unas cuantas almejas o unos berberechos. Puede parecer una anécdota sin importancia, pero lo que se llevan no es un recuerdo más. Esa práctica, además de estar prohibida, es perjudicial para el medio. Quienes mejor lo saben son las mariscadoras, que reprenden a quienes así actúan. Pero la bronca no siempre les avergüenza, al contrario. Las profesionales denuncian que estos furtivos de bañador se enfrentan con ellas, las insultan y hasta les rayan el coche, lo que ha requerido de la intervención de la Policía en más de una ocasión. Esto ha sucedido en Redondela o Moaña, pero en otros lugares como la Illa de Arousa tienen constantemente con los que se piensan que esquilmar los arenales está entre sus derechos constitucionales. Quienes no se enfrentan a las mariscadoras se inventan las excusas más peregrinas para justificar su furtivismo. Hay quien ha dicho que quería las almejas de mascotas, sin darse cuenta de lo que significa esta práctica para las mariscadoras gallegas. O que justificaron estar apañando el producto en una supuesta búsqueda de una alianza de matrimonio. Es lo que reportan guardapescas de la zona de O Morrazo, que calculan que este año este tipo de prácticas aumentó en un 80%. La Xunta de Galicia puso en marcha hace unos años una campaña de concienciación contra este tipo de prácticas, bajo el lema “No seas pirata, a la playa se viene a disfrutar, no a saquear”. Incide el gobierno autonómico en que esta práctica afecta a mariscadores profesionales que tienen permiso de explotación, siembran el marisco, limpian las playas y pagan los correspondientes impuestos. En aquel momento, la Consellería do Mar hizo hincapié en las consecuencias para el medio ambiente, pero también en efectos sanitarios. El marisco extraído sin control puede suponer un riesgo para quien lo consume, al ser un producto extraído y comercializado de forma ilegal, sin ningún tipo de control que lo avale. Rosa Quintana, titular de Mar en aquel momento, incidía en que cada año se podían extraer ilegalmente "más de una tonelada" de bivalvos debido a estas prácticas