Celebrar lo que vivimos con Rafa Nadal en lugar de lamentar lo que ya no tendremos
El mejor deportista español de todos los tiempos, este mallorquín universal, quiere poner el broche a su carrera con otra Copa Davis
Mallorca - Publicado el - Actualizado
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Será a las cinco de la tarde, la hora de toda la vida de los domingos de fútbol, esa hora que ha desaparecido en el fútbol a la parrilla, es decir, el futbol de parilla televisiva y de vuelta y vuelta, porque al fútbol el siguen dando vueltas y a veces lo queman, lo chamuscan.
Pero a esa hora de un martes 19 de Noviembre, el pequeño Rafel, el niño que creció con una raqueta en las manos escuchando las instrucciones, las correcciones de su tío Toni, saltará a la pista en su última competición, la Copa Davis.
Será en casa, en España, en Málaga y el Martín Carpena se vendrá abajo. Juegan la Copa Davis en este formato reciente de final a ocho, frente a Países Bajos o lo que hemos llamado toda la vida Holanda. Será en ese gran pabellón en el que juega un equipo campeón de baloncesto como Unicaja Málaga y que recuerda permanentemente al concejal asesinado por la banda terrorista ETA, José María Martín Carpena, porque hay cosas que hay que recordar, porque sino parece que debió ser alguien que pasaba por allí o inauguró algo o vaya a usted a saber qué. Las cosas importantes hay que recordarlas contra la desmemoria y la desvergüenza de blanqueadores.
Saltará Nadal a la pista y sensaciones muy diferentes recorrerán el cuerpo de los aficionados españoles y de todo el mundo. Para algunos será algo parecido a la euforia, para otros será una profunda sensación de nostalgia, anticipando lo que ocurrirá, que será la ausencia de esa referencia. Nadal es ese escudo que nos protegía contra cualquier desánimo, contra cualquier contratiempo en el deporte o incluso cualquier desánimo personal.
No necesariamente entre aficionados al deporte, Nadal era el antídoto contra el desánimo o la visión perdedora de la vida, un valor seguro, alguien que nunca fallaba, ganara o no. Porque ser deportista significa ganar y perder, si bien los hay que han ganado mucho más de lo que han perdido y por ello su figura de agiganta en el palmarés pero también en la mente de todo el mundo. Y Nadal ha ganado mucho. Pero aunque no lo hiciera el tenista mallorquín siempre dignificó su imagen como deportista al mismo tiempo que conquistaba el corazón de los españoles y de la afición al tenis.
Es una forma de ser, de comportarse y de superarse. De hecho en el espíritu de superación que en cada batalla hizo de él alguien legendario es donde está su problema.
Quién es capaz de decir hasta aquí hemos llegado cuando se es capaz de volver una y otra vez. Cómo le dices a quien ha hecho de su capacidad para levantarse que no lo haga. Sólo podría partir de él mismo. Sólo el propio deportista podía tomar la decisión de decir basta.
Si alguien es capaz de volar cómo le vas a cortar las alas. Pero cuidado, porque el humano es finito en la dimensión terrenal, sabe, como el mismo Rafa repite, que todo tiene un principio y un final. Pero sí tú te has levantado cada vez, si has hecho lo imposible en cada partido que parecías tener perdido, si has vuelto a la pista cuando ya te daban por acabado, si pensaban que no volvería a ganar y volviste a ganar, si resulta que volver forma parte de tu identidad como gran deportista, es imposible no creer que volverá a ocurrir.
El momento de decir adiós es el más crítico en la carrera de un deportista profesional porque es decir adiós a la vida conocida y empezar otra vida. Ese tránsito es una barrera que algunos no han llegado a superar, se quedaron ahí mentalmente, otros lo afrontan perfectamente con un nuevo camino, nuevas inquietudes, nuevas ocupaciones, nuevas ilusiones, nueva adrenalina si se quiere.
Ha tenido que ser el cuerpo el que le diga a Rafel, basta. Él no lo hubiera decidido, pero su cuerpo que le avisó desde el primer momento de su fragilidad, algo paradójico en quien ha tenido una armadura poderosa siempre, quien ha hecho de su capacidad de resistencia y de la resistencia al dolor su seña de identidad. Si él estaba acostumbrado a vencer el dolor, de vencer la resistencia de su cuerpo, de obligarse pese a que le protestaba, cómo no iba a pensar que esto podía alargarse. En mente estaba el duelo por la hegemonía mundial con Djokovic, algo que con las sucesivas lesiones ya pareció una quimera, algo de lo que era mejor olvidarse porque sólo podía ser dañino para él. Había que pasar página y sólo pensar en competir, en sentirse competitivo en la pista y estar conforme consigo mismo, jugar por él mismo.
Pero ha sido ese cuerpo que tantas veces le respondió, al que convenció de que podía, al que forzó tantas veces el que le ha dicho ya está. Y eso en algún momento ha provocado también un click mental. Porque la cabeza decía una cosa y el cuerpo otra, ahora ambos están alineados, que es la mejor forma de ir por la vida.
Y cuando Nadal salte a la pista en Málaga este martes, y veremos si el viernes y el domingo en semis y final, habrá quien sienta una gran nostalgia porque la vida quizá en los últimos 20 años ha sido eso que hacía mientras veía a Nadal ganando trofeos. Y porque cuántas veces esa mamá o esa abuela o ese hombre ajeno al deporte dijo, "qué bien ese chico, vamos Rafa", o cuántas veces le tuvo que explicar esa abuela a su nieto que tenía que portarse como hace ese Rafa. Alguien indiscutible pero discutido como todo, porque nadie gusta a todos ni siquiera cuando se ha ganado tanto, o quizá por ello. Y porque ser el mejor en algo no significa necesariamente estar de acuerdo con él. Se confunde ídolo y razón en ocasiones.
Esa nostalgia de lo que ya no se tendrá en el futuro debe ser sustituida por lo vivido. Quedarse con lo que vivimos en lugar de pensar en lo que no viviremos, porque esto último es una trampa, una caída al vacío sin fin porque el pasado no vuelve. Como en otras cosas de la vida, saber qué nos ha aportado una experiencia o alguien en particular, y que nos ha podido servir en nuestra vida porque nos ha enriquecido.