FOLCLORE

Rituales de difuntos en Navarra y la ofrenda de cera

La fiesta de Todos los Santos en Navarra deja unos ritos curiosos que Alberto Magán-Ciérvide relata en la sección de folclore navarro

Fermín Astráin

Publicado el - Actualizado

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Vamos a comenzar, hablando un poco de los lugares de enterramiento en Navarra a lo largo de la historia. Recordemos que el folclore, no solo abarca la música y el baile, sino también las costumbres y tradiciones de una región, a la que dan identidad.

La muerte es algo muy presente en todas las culturas y en torno a ellas siembre hay unos rituales muy ricos y sentidos que nos ayudan a despedirnos de nuestros seres queridos con respeto y dignidad, y a mantener viva su memoria

El duelo es una experiencia humana universal, pero la forma en que cada cultura, cada región y cada comunidad lo vive puede ser muy distinta.

En la provincia de Navarra, nuestras tradiciones funerarias han evolucionado a lo largo de los siglos, siendo una mezcla única de costumbres ancestrales y modernas. Navarra tiene una rica historia que se remonta a miles de años.

Como resultado, nuestras tradiciones funerarias se han influenciado y evolucionado a través de diferentes periodos históricos, desde los rituales antiguos de los Vascones hasta las prácticas religiosas del cristianismo.

En la antigüedad, los Vascones, los primeros habitantes conocidos de la región que ahora conocemos como Navarra, enterraban a sus muertos con un conjunto de objetos personales y ofrendas.

Esta práctica, conocida como entierro con ajuar, se basa en la creencia de que estos objetos podrían ser utilizados por el difunto en la vida después de la muerte. Los ritos funerarios más antiguos documentados en Navarra corresponden al Neolítico y a la Edad del Bronce. Ejemplo de ello, son los dólmenes de Artajona, conocidos como «Portillo de Enériz» y «Mina de Farangotea», una de las muestras más importantes de la cultura megalítica en Navarra, que nos brinda la oportunidad de viajar a la Prehistoria.

Otro ejemplo son los los círculos funerarios en el monte Okabe. Estos círculos están formados por piedras o menhires introducidos en el suelo y se utilizaban para enterrar a los difuntos en ceremonias funerarias ancestrales.

Ya avanzando en la historia, nos encontramos en muchas localidades numerosos testimonios de enterramiento, a lo largo de la historia, bien con lápidas o con estelas. Navarra es una tierra muy rica en estelas funerarias.

En muchos pueblos podemos verlas expuestas como por ejemplo en Abaurrea Alta, donde en la trasera de la iglesia de San Pedro, albergan un maravilloso museo de estelas funerarias.

También conocido como el Jardín de estelas, este espacio nos muestra todo lo relacionado con las » Hilarriak» un componente de nuestra historia y cultura que esconde los secretos de las personas que guardan bajo tierra, pues se conservan en su lugar y orientación original. Además, albergan todavía bajo ellas, a las personas que recuerdan sus inscripciones, dibujos y misterios.

Es una visita que recomiendo hacerla, porque sorprende.

El término cementerio (del griego: lugar para dormir) implica que el terreno está designado específicamente como terreno para enterrar.

Hebreos, griegos y romanos enterraban a sus muertos fuera de las ciudades.

Sin embargo desde el siglo XIII se impuso en la Cristiandad el enterramiento en el interior y entorno de los templos.

Las prácticas variaron, pero en Europa por lo general, los cuerpos eran enterrados en un sepulcro familiar que o estaba dentro del templo, o en sus entornos. Dependiendo la importancia de la familia, encontramos unos sepulcros muy ricos y artísticos como los de los reyes o nobles o más sencillos.

Cuando no cabía en las iglesias, se colocaban en el atrio de entrada a éstas.

En casi todos los casos el cadáver solía estar en una sepultura hasta que se descomponía. Entonces los huesos eran exhumados y almacenados en cámaras y osarios, sitos también en lugar sagrado. Había que hacer hueco en cada sepultura antes de nuevas defunciones.

Aquí vamos a hablar de la tradición o el rito de la ofrenda de la cera, sobretodo en el norte de Navarra.

Hasta el siglo XVIII - XIX las tumbas, o sepulturas, que había en las iglesias recibieron el nombre de fuesas, que pueden venir de la palabra hueso - huesa. Sobre ellas se colocaban los cestillos funerarios con sus rollos de cera, con la mecha encendida durante los oficios religiosos. Se entendía que aquella luz ayudaba al difunto a llegar al cielo, de ahí la importancia de la cera, y en consecuencia de las velas. Quien más dinero tuviese, más libras de cera podía comprar, y así más luz podía aportar a sus difuntos garantizando así un feliz tránsito a la otra vida en ese camino de tinieblas.

Es por ello que no era fácil introducir una ley que obligase a eliminar las sepulturas de las iglesias, pues en los cementerios no era factible mantener las velas encendidas, algo que, por otro lado, permitió décadas después introducir la costumbre que hoy tenemos de llevar flores a los cementerios.

Todavía hoy subsiste en la cultura gitana la costumbre de colocar cirios y hachones de cera junto a las tumbas de sus seres queridos.

En cualquier caso, el hecho de retirar del suelo de las iglesias las sepulturas, hace ya un par de siglos, no fue impedimento para que las mujeres (que era una tarea reservada exclusivamente a ellas) mantuviesen vivos los ritos que sobre esas sepulturas hacían cuando los cuerpos de sus difuntos realmente yacían bajo esas lápidas de madera, o de piedra.

Es así como, posteriormente, sobre aquellos espacios (ya vacíos) se colocaban unos cajones de madera, abiertos por uno de los lados, rematados en su frontal con una cruz, en cuyo interior se alojaban los cirios, las velas, o los cestillos funerarios. Aquellos cajones pasaron a denominarse fuesas, representando así a las desaparecidas tumbas familiares. Y bajo esas fuesas, cuando era el cabo de año (aniversario), o el día de la festividad de los fieles difuntos (2 de noviembre), se colocaba una tela negra, o zaleja, del mismo tamaño que ocupaba la tumba.

Hasta bien entrado el siglo XX fue una costumbre muy extendida en el mundo rural que el día de difuntos, y en determinadas solemnidades, al finalizar la misa el sacerdote, para cantar el requiem, se trasladaba a la parte final de la iglesia, por lo general debajo del coro. Ese era el espacio reservado para las fuesas, en donde estas lucían en todo su esplendor. Exhibían zalejas, (Telas negras) ocasionalmente con bonitos bordados, y abundantes velas de cera de abeja. En la cabecera de la negra tela se colocaba el cajón de la fuesa, y a los pies se ponía el reclinatorio en el que siempre, alguna mujer de la casa del fallecido, ataviada de riguroso luto y tocada con la correspondiente mantilla negra. Aquí podemos hablar de la vestimenta para el luto en diferentes puntos de Navarra, pues aunque el color negro es predominante, dependiendo la zona, se utilizan unas prendas u otras.

Seguimos viendo la importancia de la ofrenda de la cera, ya que en las cofradías religiosas, cualquier incumplimiento por parte de los cofrades de las obligaciones estipuladas en sus estatutos, traía consigo una sanción que, por lo general, no solía ser de dinero, sino que había que pagarla en libras de cera para la luminaria, lo cual ayudaba a garantizar que a los difuntos de la cofradía nunca les iba a faltar la luz de los muertos.

En Pamplona, en el siglo XIX, según puede verse en el libro de cuentas de la parroquia de San Lorenzo de 1823, que era costumbre poner el día de Todos los Santos, sobre las fuesas, un capazo de trigo y un hacha de cera.

En otros lugares de Navarra, era costumbre levantar una teja de la casa, para que el alma, sintiera que tenía un lugar al que volver. Aquí, las creencias y mentalidades de las distintas épocas, tejían las costumbres, pues en el caso de las tejas, al llover, siempre se colaba el agua y creaba alguna humedad, cosa que las personas que vivían en la casa interpretaban que había entrado el alma del difunto en casa en alguna ocasión.

Otra tradición curiosa es que si muere el amo de un casería, una persona se encarga de ir a las colmenas a avisar a las abeja de la muerte. Se tocan suavemente las colmenas y se canta esta canción:

Erletxuak, erletxuak, Egizute argizaria, Nagusia il da, ta, Bear da elizan argia.

La letra en Euskera viene a decir: Abejitas, abejitas. Haced cera. El amo ha muerto y en la iglesia se necesita luz.

Su cera es usada para fabricar velas y hay un objeto de forma especial que está relacionado y que se sigue usando en los caseríos.

Y Aquí vamos a recordar un elemento muy importante en la tradición navarra.

La argizaiola, que es una talla de madera con una forma antropomórfica y decorada, que incluye una vela arrollada en espiral en su parte central lisa. Habitualmente labrada sobre madera de haya o roble, tiene talladas diferentes representaciones y figuras. Es un instrumento de culto tradicional, utilizado en algunos municipios rurales de Navarra. De entre todos ellos destaca Amezketa.

Se utiliza normalmente el día de los Fieles Difuntos y cuando se recuerda a un muerto de la familia, por una fecha especial. Y también durante los oficios religiosos ocupaban un lugar bien visible sobre el “yarleku» o tumba familiar de la iglesia. La vela permanece encendida y sus propietarios giran la pieza de madera para mantener viva la llama. La función simbólica de la argizaiola sería la de trasmitir el fuego del hogar. Se trata de un objeto doméstico vinculado al hogar familiar, a los difuntos y al recuerdo de los mismos.

Musicalmente para despedir a los difuntos, se cantaban las misas de réquiem. A lo largo de la historia, se conocen las más sencillas en gregoriano hasta las más elaboradas por compositores mundialmente conocidos. Quisiera destacar la Misa de Difuntos del Navarro Hilarión Eslava, ya que

Desde mediados del siglo XVIII el problema higiénico de los enterramientos en el interior de las iglesias fue una de las grandes preocupaciones de las autoridades civiles. Numerosos médicos y científicos, insistían por motivos de salud pública en la exigencia de enterrar lejos de lugar poblado.

En ese mismo siglo XVIII, en Navarra se habla del hedor que sufrían los fieles debido al hacinamiento de cadáveres en el subsuelo de las iglesias. Así, comenzarían a sacarse los enterramientos a los exteriores de las iglesias y como hemos citado antes, comenzó a perderse la ofrenda de la cera, ya que el viento las apagaba, por el homenaje a nuestros antepasados con flores.