“Mucha gente que fue a la ciudad desea volver al campo, pero no es nada fácil”
Borja Cardelús y Muñoz-Seca, hispanista, naturalista y escritor, ha pasado por Fin de Semana para hablar de su nuevo libro ‘La España del silencio’
Publicado el - Actualizado
6 min lectura
Quizás Azorín no sea hoy uno de los autores más leídos, pero desde luego es uno de los más grandes, y por muchas razones. La primera y más sobresaliente, porque inventó el español moderno a principios del S. XX. Hasta ese momento, los escritores y los oradores empleaban un lenguaje ampuloso, rimbombante y muy cargado de retórica. Pero llegó él y, con la maestría de un orfebre, limpió y cinceló el idioma para que ganase en eficacia y elegancia.
Además nos enseñó a mirar el paisaje y a describirlo y nos recordó que, durante miles de años, la entraña de España ha sido eminentemente rural. Nada de nuestro pasado puede entenderse cabalmente sin tener en cuenta esa experiencia de la naturaleza. Por eso, se dedicó a hacer inventario en los libros y en los periódicos de esa vida en el campo.
Por eso hay que agradecer que, en los tiempos actuales, haya escritores que busquen guardar la memoria de esa realidad evocadora, conscientes de que un día u otro habrá que echar mano de esa reserva. En Fin de Semana hemos tenido a uno de esos guardianes literarios: Borja Cardelús y Muñoz-Seca, hispanista, naturalista, escritor, historiador, cineasta y autor de teatro, además de autor de ‘La España del silencio’.
El autor explica que “la conservación de la naturaleza son nuestras raíces y, desgraciadamente, en los últimos 50 o 60 años se han ido perdiendo, el hombre se ha ido desvinculando de su raíces, que es el campo, la naturaleza, y se ha metido en un mundo hostil como es el de la ciudad, muy poco natural a él. No sé si en el futuro se acabará adaptando por completo a él, pero por ahora no”. “Algo está pasando”, asegura Borja, “cuando, cada fin de semana, la gente huye, literalmente, de la ciudad en busca del pueblo, de ese silencio, de esa tranquilidad perdida, de esa serenidad, que es de lo que trata el libro”.
El libro está lleno de cosas que parecen condenadas a desaparecer, como decires, visiones, recuerdos, sonoridades… cosas que parecen antigüedades pero que han conformado la vida durante miles de años: “Muchos miles; prácticamente desde la invención de la agricultura, hace unos 10.000 años, la gente no varió en su modo de vivir hasta la mitad del S. XX, que se dice pronto, pero es así. Era una vida de autosuficiencia, muy sencilla, todo se aprovechaba, nada se desperdiciaba, la palabra ‘basura’ no existía porque para eso estaban los cerdos y el reciclaje natural, y era una gente mucho más feliz, con muchos menos medios que ahora, claro pero en términos de felicidad, habría que ver quiénes son más felices”.
Cardelús no duda en quién o qué tiene la culpa de esto: “La televisión. Lo que ha ocurrido en España, que ha sido un país rural -aproximadamente el 90 % de las personas hasta 1940 o 1950 vivían del y en el campo-, cuando aparece la televisión cambia todo. Se vio el señuelo de la ciudad, vieron una fotografía que era falsa. La ciudad era no depender de los climas, de las sequías y las heladas, y muchas personas emigraron hacia ella porque, además, con su industria y sus novedades demandaba brazos”.
“Hubo un traslado masivo y ahora España es un país mucho más urbano que rural”, explica el autor, que añade que “sobre el campo se han volcado los demonios de la ciudad. El campo ha sido muy abandonado y ahora se está notando de una manera explosiva casi, porque es cierto que en el campo es difícil vivir, hay muchísima gente a la que le gustaría volver a él pero no es fácil cultivar, labrar, etc., pero es necesario que se vuelva y otros países lo están contemplando como prioridad”.
En uno de los relatos, uno de los hombres de campo de toda la vida choca con los activistas, que solo se acuerdan de ello para hacerse la foto y él les llama ‘echacuervos’ y ‘sacacuartos’. Esto, explica Cardelús, es porque “quienes mejor conocen el campo son los que han vivido en él; hay fincas bien conservadas por sus dueños y de manera natural, sin necesidad de normas e imposiciones. Ahora la cantidad de normas que hay es fastuosa. La gente del campo ha vivido perfectamente sin las normas y ha sabido llevar el campo, pero desde la ciudad han empezado a exportar normas que han caído como una lluvia de granizo sobre él y los pobres campesinos no pueden con ello. Los ejemplos son múltiples: puede ocurrir que alguien esté con un tractor, por ejemplo, desbrozando una tierra y que llegue Seprona y le multe por no estar desbrozando la tierra como dice una norma de la UE, pero todo es así, es terrible. Han caído normas pero no una protección de los precios y, sobre todo, de la eliminación de las cadenas de distribución y que son terribles y encarecen los productos del campo sobre lo que cobran los agricultores. Es un problema muy grave que ha estallado de golpe ahora, pero todo esto es lo que se cuenta aquí, y era necesario contarlo”.
Otro aspecto destacado por él es el lenguaje que antes se usaba y el que se usa ahora: “Lo hemos reducido muchísimo”, afirma: “Un ciudadano llamaría a un monte ‘montaña’ o ‘monte’, pero un aldeano lo llamaría ‘cueto’ o ‘altozano’ o ‘collado’, depende de las circunstancias de esa elevación. Lo hemos empobrecido tremendamente, y esto es otro de los motivos que me llevó a escribir. Ahí está todo el diccionario de la RAE rústico. El espectro de palabras del castellano se ha perdido muchísimo y está siendo invadido por extranjerismos”. Es más, Cardelús asegura que “en Nuevo México se conservar palabras del S. XVI se conservan términos como ‘trujo’, es lenguaje arcaico que es precioso”.
¿Quién nunca se ha sentado a los pies de sus abuelos a escuchar sus historias? “Hoy eso tampoco está”, relata con pena Borja: “Los abuelos no solo estaban en la casa, eran los depositarios de la tradición rural que transmitían a sus nietos, palabra a palabra y jornada a jornada a la luz de la lumbre. Han desempeñado en las familias rurales un papel absolutamente esenciales, así como las mujeres. Se ha perdido, la televisión ha acabado con todo eso”.
Sobre si guarda esperanzas de que el campo vuelva a tener la población y oportunidades de antes gracias a la mirada de las personas, reconoce que es “difícil”: “El campo ha cambiado muchísimo. Antes los poetas románticos siempre pintaban el campo como ‘el rumor del río’, ‘el ladrido del perro’… ahora cuando uno va al campo intenta concentrarse y rodearse de esos sonidos maravillosos pero oye multitud de máquinas y es imposible. La tecnología lo ha invadido y ahora, presumiblemente, llegará una tercera oleada digital que inducirá nuevos cambios. Todo eso ha cargado a los hombres del campo de muchos gastos que no pueden asumir. Ahora hay un deseo de volver al campo, muchísimos jóvenes intentan reconstruir su vida en un ambiente rural pero es difícil, es necesario que el Estado les ayude, y no solo de forma económica sino moral, que les anime”.