Madrid - Publicado el - Actualizado
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El sonido de la noche era de bombardeo. Los misiles salieron de los buques. A las 3 de la madrugada española, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dio la orden. Un centenar de misiles de crucero toma Tomahawk fueron disparados contra un laboratorio de armas químicas en Damasco, un almacén y una base miliar en Homs.
La intervención, teóricamente diseñada para evitar daños a la población civil, contó con el apoyo de bombarderos B-1. Gran Bretaña ha puesto cuatro aviones tornado y Francia dos fragatas y aviación. Trump anunciaba la operación en una comparecencia de prensa esta madrugada.
Es inevitable que la memoria se vaya a los comienzo de la terrible guerra de Irak. Los españoles vivimos con angustia el anuncio americano de que Sadam Husein fabricaba armamento químico y el Gobierno de Aznar dio crédito al aliado más poderoso del mundo. Luego, pasó lo que pasó.
En esta caso, la ministra de defensa francesa, Florence Parly, ha confirmado las pruebas. Se cuenta con fotos de las víctimas, testimonios de los médicos y el ministro de Exteriores del Gobierno, Jean-Yves Le Drian, ha descrito la operación como legítima, proporcionada y precisa. “La escalada química”, ha señalado, “no es aceptable”. Desde Reino Unido, el también ministro de Exteriores, Boris Johnson, señalaba: “el mundo está unido en su indignación contra el uso de armas químicas, pero especialmente contra civiles”. Se refería al ataque del pasado 7 de abril que se saldó al parecer con entre 60 y 70 muertos y que produjo fotografías que nos espantaron a todos y que también condenó el Papa Francisco.
El bombardeo de esta noche ha sorprendido porque no hace ni diez días que Donald Trump hablaba de retirarse de Siria: “No tenemos nada allí. Nada, excepto muerte y destrucción. Es horrible”, dijo entonces. Los expertos señalan que fueron éstas declaraciones las que el régimen de Al Assad interpretó como un signo de debilidad que le alentó a atacar Duma con arsenal químico.
La afición de Damasco a estos recursos, es proverbial. Ya hace exactamente un año, las tropas sirias atacaron Jan Sheijun causando la muerte de casi 90 personas. Las imágenes espantaron al mundo y también despertaron al político guerrero Trump. Estados Unidos lanzó entonces 59 misiles Tomahawk contra la base militar en Homs.
Durante meses, Bashar Al-Ássad prescindió de arsenal químico. La pregunta ahora, y no se les oculta a nuestros inteligentes oyentes, es qué pasará con Rusia, aliado del presidente sirio. Moscú fue alertado ayer de la inminencia del ataque, y hace un año, encajó la represalia.
“Rusia e Irán comparten responsabilidades por las brutales acciones”, decía la Casa Blanca. La operación despeja la salida de Estados Unidos de Siria. Aumenta su implicación en la zona y entraña riesgos con Rusia. Actualmente la relación entre
Trump y Putin, que fue un idilio inicial, se ha deteriorado considerablemente.
El régimen ruso ha lanzado esta noche una amenaza a los aliados. Mediante un comunicado, dado a conocer por la embajada rusa en Washington, Anatoly Andonov, delegado diplomático, ha comunicado “habrá consecuencias” y que el país de Vladimir Putin se siente directamente amenazado.
La iniciativa de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos no cambiará la vida de la gente en Siria. Y si alguien sueña con quitar a Bashar Al-Ássad del poder, está muy equivocado. La paradoja en Oriente Medio es que tiranos proverbiales como Gadafi, Mubarak o Sadam Husein son echados de menos ahora, después de haber sido removidos tras la primavera árabe. Es muy difícil que países sin clase media, ni burguesía establecida consigan mantener un régimen de vida occidental. Un país sin seguridad, es el absoluto caos. En esta zozobra constante que en estos momentos es Oriente Medio, ciertamente, Bashar Al-Ássad es un anclaje interesante.