Schlichting: "Julen es un minero que ahora cava hasta el cielo, con el coraje de este pueblo"
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El niño Julen está ante Dios. Ha sido sobre las cuatro de la mañana cuando me he despertado por primera vez, en una de esas insolentes paradas de la mediana edad, y en la oscuridad brillaba el mensaje de la alerta COPE anunciando que se había encontrado el cuerpecito sin vida a la una y veinticinco de la madrugada. “Otra vez no, otra vez no”, han sido los gritos desgarradores de los pobres padres.
He pensado en las manos rudas y callosas del minero, ahí abajo, en ese instante, tentando la piel de seda del bebé. Qué paradoja. Qué puente entre la fuerza y la debilidad, entre el hombre maduro y el infante indefenso. Entre la vida y la muerte. Lo sabíamos, claro que lo sabíamos. ¡Si era más de cien metros, la Giralda al revés, clavada en la tierra! ¡Si los mineros bajaban con oxígeno!
Me llamaba un oyente alemán esta semana para preguntarme airado por qué mentíamos los medios -decía- por qué no contábamos a la audiencia que Julen estaba muerto. “¿Lo ha visto usted?” Le contesté. “Pues mientras no lo veamos, no lo creeremos, que la esperanza es lo último que se pierde”.
No eran mentiras, era compasión, piedad y una cosa loca que nos mueve a los españoles en el extremo, cuando para los demás parece que está todo perdido y parece que proseguir es locura. Algo que nos empuja entonces a echar el resto y seguir y soñar con la meta y, a veces, cuando Dios lo permite, conseguir lo que nadie más hace.
Por ejemplo, cruzar el mar en un cascarón viejo, que otros hubiesen desguazado, y descubrir América. Por ejemplo dar la vuelta al mundo, o parir a Agustina de Aragón o Blas de Lezo, que luchó con tanto coraje que perdió la mitad de los miembros del cuerpo, que por eso lo llamaban el medio hombre. No era mentira que Julen podía estar vivo, es sólo que no teníamos certeza alguna y sí esperanza para los padres. Y por eso cavaban como locos los mineros, y horadaban los roturadores, e iluminaban de noche los lampistas y se preparaban los médicos, por eso investigaba la Guardia Civil. Lo más hermoso que se ha dicho en estos días fieros lo expresó Angel García Vidal, coordinador del operativo: “Ningún minero se queda en la mina, y Julen en estos momentos es un minero”. Uno de ellos. Uno por el que dar la vida. Nos queda esto, este coraje de los españoles, este no ahorrar recursos, traer máquinas de donde sea, helicópteros de debajo de la tierra, hasta el último empujando.
Ahora no queda esperanza y sobra certeza. Julen ha aparecido muerto. ¿Qué se le dice a una madre que ha perdido un hijo? No hay palabras, ni de periodista ni de poeta. No las hay. Ahora es el tiempo de Dios. Como me dijo un cura amigo: “Cristina, cuando no eliges lo que está pasando, estás en el lado de Dios, en su tiempo”. Sólo queda el silencio frente a la Dolorosa, con el hijo destrozado entre los brazos, abandonada ante el Misterio. Un Dios que se ha hecho hombre roto, hundido en el fondo de un pozo, sumido en una oscuridad de tierra y cuarcita.
Es tiempo de rezo por esta madre y este padre, si se puede. Y, si no, de silencio y respeto, de reflexionar sobre nuestra nada. Nos queda este orgullo de los operarios que se han hecho Julen hasta el último instante, hasta arrancarle a la tierra ese niño que se quedó despiadadamente. Porque no era suyo, porque era de sus padres, era nuestro. Porque Julen es un minero que ahora cava hasta el cielo, con el coraje de este pueblo del que es hijo.