"Gibraltar es una colonia británica y cada paso de sus ciudadanos dependerá de Madrid"

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Cincuenta y una provincias españolas están en alerta por viento, nieve u oleaje. Mucha precaución a la hora de pasear por las costas y atención a lo que nos diga nuestro hombre del tiempo, Jorge Olcina, a lo largo de esta primera hora de programa. Y vamos al lío.

Acaba de salir el llamado “Acuerdo sobre la libre circulación provisional de los británicos en territorio europeo”, publicado ayer, y a Londres le ha dado un alipori, porque Gibraltar aparece como colonia británica ¿Pero qué se cree Gran Bretaña que es Gibraltar? ¿Un parque temático, una isla en el Pacífico o un jardín de la Reina? El Peñón, históricamente español, tiene gobierno propio y, ahora que Inglaterra abandona la Unión Europea, su futuro depende de las negociaciones con España, en cuyo suelo está. Es exactamente una colonia, según zanjó la resolución 2353-XXII de Naciones Unidas, que ratifica literalmente: “Gibraltar tiene que ser descolonizada por conversaciones entre los gobiernos de España y Reino Unido” y añade: “toda descolonización que rompa la unidad e integridad territorial de un país va contra los propósitos y principios de la Carta de Naciones Unidas”.

En esta época aciaga, en que las redes sociales nos vuelven locos y permiten, de un día para otro, que se someta a referendo cosa tan grave como la vinculación de una país a la mayor organización política lograda por Europa desde la época carolingia, los ingleses se despiertan horrorizados por las consecuencias de su voto. Pues es así. Cuando nos juntamos en la UE, todos nos alegramos de que por fin británicos y españoles compartiésemos todo, incluido Gibraltar, y que por primera vez en siglos todo fuese más fácil con respecto a la Roca. ¿Qué más daba de quién era, si éramos todos Europa? Ahora vuelven las cosas atrás, a la dificultad de siglos, y parece mentira que el Foreign Office se extrañe.”. Gibraltar es una colonia británica y cada paso de sus ciudadanos dependerá de Madrid.

El caso viene al pelo cuando comienza el juicio del intento independentista de los nacionalistas catalanes. Podemos repetir a los ignorantes que la ruptura de los países va contra las intenciones y propósitos de la Carta de Naciones Unidas. Sólo una persona supremacista puede negar a los españoles el derecho a sentirse tales en cualquier punto de la geografía. Yo me siento española en el Pirineo Catalán, en Vic, en Manresa o en Tarragona y me asisten la Historia, los acuerdos internacionales y el sentir de la mayoría, le guste o no a Puigdemont, a Torra o a Junqueras.

Se ha fijado fecha para el juicio, el 12 de febrero, y parece providencial que ese día se celebre Santa Eulalia, patrona de Barcelona con la Virgen de la Merced. Buen amparo para resarcir a los españoles del trago amargo que pasamos un viernes histórico cuando del Parlamento catalán salieron horrorizados los diputados y se quedaron solos los independentistas a votar la ruptura de la convivencia. Por la tele vimos cómo se acercaban cada uno de ellos y metían su papeleta en la urna tan contentos, como si no hubiese ley.

Ahora, en justa compensación, se anuncia que el macrojuicio saldrá en directo por televisión, por la señal del Tribunal Supremo, para que toda Europa y el mundo flipen con lo que sin duda escucharemos a los acusados, desde Junqueras a los Jordis. Aquí y en Sebastopol, la cosa no debía ser tan difícil. Ustedes se han arrogado competencias que no tienen, nos han quitado las nuestras a los demás, han puesto en peligro la seguridad y la paz entre los ciudadanos, ustedes van a la cárcel como fue Tejero. Y santas pascuas. Naturalmente, los alborotadores nos van a dar importantemente la murga. Los de la ANC se metieron ayer encapuchados, que es como les gusta ir, en la sede en Barcelona de la Comisión Europea y lanzaron pintura a la fachada de la Fiscalía Superior de Cataluña. Apenas unos miles de personas se manifestaron en diversas ciudades de Cataluña, cansada ya por tanta tontería, pero lo cierto es que los presos golpistas están ya en Soto del real y en Meco, donde se les han dado cubiertos y ropa de cama y se han puesto a la cola con los internos. Se acabaron los privilegios de Lledoners, las fiestas de cumple con bollos, las romerías populares en la entrada, las visitas a mansalva y las diferencias con el resto de los presos, de los que Jordi Sánchez se ha quejado encima en el Times de Londres, diciendo que son asesinos, traficantes de droga y violadores. Peor es haber estado a punto de romper un país y enfrentar a la población en las calles, oiga. En fin, habrá circo por al menos tres meses y luego habrá que esperar sentencia. Peor de lo que lo hemos pasado no va a ser.

Y hoy hay una manifestación a la que sí merece la pena ir. Una manifestación seria por una causa noble. En la Puerta del Sol de la capital, a las siete de la tarde, pero también en muchas otras ciudades de toda España, se pide para Venezuela libertad y pan. La convocatoria coincide con una enorme movilización en Caracas, un pulso de la población a un régimen que lleva veinte años depauperando una nación rica y que ha logrado que no haya ni medicamentos, ni comida, ni seguridad en un país con tantos lazos con el nuestro. Esta semana el Parlamento Europeo se sumaba al reconocimiento internacional del nuevo presidente interino, Juan Guaidó, nombrado según el artículo 233 de la Constitución venezolana, al que ya respaldan todos los países de la Organización de estados Americanos excepto los bolivarianos y Estados Unidos. Es una pena que España, que tradicionalmente ha representado y defendido las causas de los pueblos hispánoamericanos en Bruselas haya estado en este caso tan lenta, por no decir otra cosa. El lunes se cumple el plazo que Pedro Sánchez le ha dado al tirano para convocar elecciones. Esperemos sumarnos entonces al consenso razonable a favor de Guaidó.