El presidente Macron ha anunciado a la nación vecina su comparecencia mañana en televisión. Francia está patas arriba. Por cuarto sábado consecutivo la gente se ha echado a las calles y las ciudades se han paralizado. Casi 90.000 agentes, 8000 en París, hicieron frente a las protestas que ya la semana pasada insultaron la memoria nacional mancillando el Arco del Triunfo, asaltándolo y pintarrajeándolo. Hay 1700 detenidos y cientos de heridos.
El presidente jovencísimo, el gran delfín del cambio, que resultó un milagro de las redes sociales, sin grandes partidos tradicionales detrás, tiene los pies de barro. Ahora esas mismas redes de internet lo han puesto en niveles ínfimos de popularidad, el 18 por 100, y reclaman a voz en grito que se vaya. Supongo que lo que se construye a prisa, a prisa se destruye también. Los chalecos amarillos no son tirados, ni marginados sociales, no son las maras de inmigrantes de los cinturones periféricos, son ciudadanos corrientes y molientes, hartos de los recortes y cansados del sistema. Jubilados que protestan por la escasa pensión, estudiantes, funcionarios, campesinos. Y gozan, así lo dicen todas las encuestas, de la simpatía de la mayoría. El 70 por 100 de la gente los apoya. Francia está enfadada.
El movimiento se parece bastante al que impulsó a Trump al poder o provocó el Brexit. Se protesta por el sistema. Por el emprobrecimiento de las clases medias y contra los políticos en general, los beneficiados del establishment. Nadie encabeza las revueltas, la gente se convoca por internet. Y en París no se sabe qué hacer. El motivo inicial de la convocatoria era la subida de los carburantes, pero Macron anunció la bajada del gasoil y no ha servido para nada.
Los partidos de los extremos, el izquierdista Mélenchon y el derechista de Le Pen azuzan la cosa y se frotan las manos. Los partidos tradicionales, republicanos y socialistas, están con el presidente y se preguntan para qué sirve todo esto.
Yo se lo voy a decir, es como mayo del 68, no sirve para nada. Expresa el hastío de una sociedad que pasa estrecheces pero sigue siendo una de las más favorecidas de un mundo injusto, donde cada vez hay más distancia entre pobres y ricos. En las calles de Francia se desborda un deseo que aquí también se mostró con el 11M. Un deseo interesante, pero que ni los partidos ni el sistema pueden colmar. Las protestas se han extendido ayer a Bruselas y Berlín, señal de que el mal es del continente entero.
El futuro, me parece a mí, serán personajes como Donald Trump, capaces de subirse a la cresta de la ola del descontento con medidas autárquicas y proteccionistas, pero en el fondo tan mediocres como inevitablemente es la política. Merecería la pena preguntar se por esta nostalgia que nos constituye, este desencanto y esta necesidad de gritar y protestar, que ya no tiene a quien dirigirse en Occidente. Se pueden mejorar cosas, claro, pero nada más. La política da de sí lo que da de sí. Todo, lo que se dice todo, es imposible de conseguir.
En España, entre tanto, tenemos nuestro show particular en Cataluña. Ayer estuvo la AP7 15 horas cortada. Los CDR interrumpieron el tráfico y aquí no hubo el dispositivo de seguridad de Francia. Los mossos no recibieron orden de intervenir. Se acercaban, hablaban amistosamente con los macarras y los macarras, como es propio de ellos, les hacían un corte de mangas y les llamaban fascistas. Nadie hizo nada. Camiones paradas durante horas, autobuses con niños que venían de excursión, miles y miles de coches.
Y Pedro Sánchez en Portugal, avisando de que viene la ultraderecha y repitiendo que ni Ciudadanos ni el partido Popular pueden pactar con Vox. En Cataluña se preparan movilizaciones para el día 21, en que habrá consejo de ministros en Barcelona. Lo llaman aturada, parada total, y supongo que la harán, porque nadie lo impide. ¿Os imagináis que los macarras de Valencia, o Asturias, o Córdoba pudiesen cortar libremente las carreteras? ¡No circularía nadie en España!
Pedro Sánchez regresa hoy a Madrid porque quiere ir a ver el Boca River que se celebra en el Santiago Bernabeu. Esperaba poder sentarse junto a Macri, el presidente argentino, porque le gustan las fotos casi tanto como los aviones, pero Macri está ocupado en su país. Nuestras tertulia de chicos de ayer versó sobre el poder social del fútbol, su fascinación poderosa, como alivio del estrés y diversión, y también su capacidad narcótica, de sublimación de ansiedades y violencias. La pelea entre los hinchas del River y del Boca ha traído a España el partido final de la Copa Libertadores y la opinión ha tenido que encajar el precio del evento, que va a pagar el Ayuntamiento de Madrid. Luego sabremos cuánto hemos pagado, pero primero vamos a intentar lo más difícil, que es intentar entender las emociones…