Schlichting, sobre los activistas que atacan obras de arte: “A veces somos así, condenados a la estupidez”

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¡¡¡Muy buenos días España!!! Que han bajado un poco las temperaturas, pero no te creas, este noviembre sigue siendo cálido en comparación con otros años. Jorge Olcina nos explicaba el tiempo para la semana entrante.

¿De qué se habla? Pues mucho de que la economía va torcida y el Gobierno se está pasando con las paguitas a fondo perdido y los impuestos revolucionarios que luego paga la clase media; también de lo mal que lo estamos haciendo con los fondos europeos, que no llegan donde tienen que llegar, de la retirada de Piqué, por supuesto ( de eso es lo que más se habla) y de Griñán, ese señor al que le pasa lo peor que aquí le puede pasar a alguien, a saber, que es del bando de Pedro Sánchez y ha favorecido al PSOE pero que su amiguete está en carrera electoral y sabe que lo va a pagar caro si lo indulta. ¿Optará Sánchez por la amistad o por el interés? Interesante encrucijada.

LA HISTORIA DE 'LAS MAJAS' DE FRANCISCO DE GOYA

Encrucijada como la que tuvo Francisco de Goya y Lucientes, que hacia el año 1800, en la transición justo entre los siglos XVIII y XIX, recibió de Godoy el encargo de pintar una joven desnuda y se las vio y deseó porque en aquella época, en España, los pintores no copiaban mujeres y la desnudez femenina estaba tan mal vista que en los estudios y talleres se copiaba de estatuas clásicas inanimadas. Con problema o sin él, Goya cumplió el encargo y pintó a una dama, primero desnuda y más tarde vestida, que Manuel Godoy puso en sus galerías privadas, en el mismo gabinete en que conservaba una Venus de Velázquez y una copia de otro desnudo de Tiziano. El destino de las pinturas era más bien guarrindongo y se usaba para solaz de los hombres, que las visitaban a escondidillas, a invitación del llamado príncipe de la Paz.

¿Quién era la dama pintada por Goya? Desde luego no tenía un físico normal. Había una excesiva separación entre lo pechos, con un canal intermamario demasiado ancho, la mama izquierda en posición extraña y una proporción anormal entre la estrecha cintura y las cortas piernas. ¿Había o no visto el pintor a la modelo? ¿La había imaginado desnuda? La carita se parecía a Pepita Tudó, amante entonces y posterior esposa de Godoy, muy amiga también de Goya. Pero como llevaba los negros cabellos rizados, muy al estilo de la época, las malas lenguas sembraron que las majas eran retratos de la Duquesa de Alba, lo que excitaba incluso más al personal.

Lo cierto es que la duquesa era vieja, tenía ya cuarenta años de la época cuando Goya pintó los cuadros, y estaba muy enferma, y su rostro es distinto del de la modelo. Fuera como fuera, la Inquisición decidió poner coto a esas visitas de los hombres procaces a los gabinetes privados de desnudos, requisó el cuadro e interrogó al pintor. ¿Por qué había hecho esa obra, por encargo de quién, a quién representaba? Se han perdido lamentablemente los archivos de aquel interrogatorio y además el asunto quedó zanjado gracias a la intervención del cardenal Luis María de Borbón y Vallabriga, que consiguió dar carpetazo al escándalo con la única condición de que la obra, que había sido calificada de obscena por el Santo Oficio, no fuese nunca expuesta al público.

El cuadro permaneció escondido entre los fondos de la Academia de Bellas Artes de San Fernando durante todo el siglo XIX y hasta 1901 no se expuso en el Museo del Prado, pero su fama había corrido por toda Europa. Tanto excitaba las mentas que, en 1945, hace nada, el Duque de Alba mandó exhumar los restos de su célebre antepasada para demostrar que sus huesos no correspondían a la anatomía de la Maja desnuda. Se vio entonces que la duquesa había padecido escoliosis y que no parecía la del cuadro. En cambio, los retratos que se conervan de Pepita Tudó, por ejemplo el del Museo Lázaro Galdiano, si casan y se parecen mucho.

Las majas, ni siquiera la desnuda, son poco sensuales. No tienen la suntuosidad de las carnes de Rubens en sus tres Gracias ni la ternura de las nalgas de la venus del espejo de Velazquez. Son un poco rígidas y sin embargo miran de forma inquietante al espectador, como incorporándose del diván donde están tendidas. Dicen los expertos que la pincelada es espléndida y el blanco de las telas sobre los cojines anuncia el impresionismo. Algo tenía la modelo, fuese quien fuese, que fascinó al pintor y nos sigue fascinando a nosotros.

Ayer, dos jóvenes españoles, un chico y una chica veinteañeros, entraron en el museo del Prado y se dirigieron a las majas de Goya. Con toda parsimonia, delante de los presentes, se pusieron pegamento en las manos y se pegaron a los marcos de ambas pinturas. Gracias a Dios no dañaron los lienzos, pero los marcos, que en el Prado a menudo son antiguos y valiosos, sí se han estropeado. Ambos burros, y que me perdonen los burros, dicen ser militantes ecologistas de una organización llamada Futuro Vegetal. Antes de atacar las pinturas hicieron un grafiti en la pared del museo, este museo nuestro que es sin duda la mejor pinacoteca del mundo de autores de los siglos de oro. Ponía 1,5 grados, en señal de protesta por el calentamiento del planeta y la emergencia climática. Los dos activistas dicen que persiguen que abandonemos el consumo de carne y adoptemos un sistema agroalimentario basado exclusivamente en las plantas. Dicen que 2021 fue el año con mayores emisiones de CO2 de la historia y que nos se ha hecho nada para corregirlo. La astracanada sigue a la iniciativa de otros ecologistas que en las últimas semanas han atacado cuadros de Van Gogh y de Vermeer y pretende alertar sobre la Conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático que tendrá lugar desde hoy y hasta el 18 de noviembre en Egipto.

Dos activistas se pegan a los marcos de los cuadros de Las Majas de Goya en el Museo del Prado

Dos activistas se pegan a los marcos de los cuadros de 'Las Majas' de Goya en el Museo del Prado (EuropaPress)

Pobre Goya, pobres de nosotros. Las damas, la vestida y la desnuda, consiguieron sobrevivir la Guerra de Independencia, en la que los franceses se hincharon a destruir el patrimonio nacional. También a la enemiga de la Inquisición. Y hasta al odio que Fernando VII tuvo a Pepita Tudó. Ahora, cuando estamos en guerra una vez más, cuando el planeta gime con problemas de supervivencia, llegan dos bárbaros del siglo XXI y atacan los cuadros, tan azarosamente nacidos y conservados. La belleza alumbrada de las manos de un pintor tozudo, queda amenazada justo por quien pretende defender la belleza.

A veces somos así, a menudo somos así, condenados a la estupidez. Que queremos defender algo y justamente lo destrozamos.