Schlichting: “Nunca desde el 45 había pasado algo así. Pobre Europa, pobres de nosotros”

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No, no son buenos días España. Hoy, 26 de febrero de 2022, por primera vez en diez años en este programa de ‘Fin de Semana' de COPE con Cristina, se cambia el saludo. Porque hay guerra en Europa. Llueve mansamente en España, llueve en el sur de Italia, llueve en la República Checa y llueve tristemente en Kiev, la capital de Ucrania. Y hemos vuelto a hacerlo. Por primera vez desde 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, una de las grandes potencias europeas ha invadido un país vecino y ha llegado hasta su capital. El oso ruso ha asestado su zarpazo en Ucrania, un país libre y soberano. Lo que aterrorizaba al británico Chamberlein cuando Hitler invadió Austria, lo que los padres de la Unión Europea, Adenauer, Monet, De Gasperi intentaron evitar fundando la Unión del Carbón y del Acero entre Francia y Alemania, para sentar para siempre la paz europea, ha saltado por los aires.

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Y siempre un hombre, un hombrecillo fatuo y con un enorme autoconcepto, basado seguramente en un gran complejo personal, ha hecho saltar por los aires el trabajo de decenas de naciones, de decenas de miles de funcionarios, de millones de pacíficos europeos durante ochenta años. Siempre igual. Siempre un hombrecillo ridículo, lleno de complejos. Ahora no es un alemán bajito ni de voz aflautada y bigote a lo Charlot. Ahora es un ruso, bajo también para su raza, de un metro setenta y casi setenta años de edad, del que cabía esperar más cordura a sus años. Un narcisista que se retrata a caballo con el torso desnudo, un varón que alimenta su leyenda de conquistador de mujeres, un tipo que ha decidido, simplemente, pasar a la Historia y volver a hacer grande a Rusia. Y así estamos.

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Como eres oyente de COPE, y por lo tanto andas al cabo de la noticia última, que te sirven exquisitamente Antonio Herraiz, y Expósito, y Pilar Cisneros, y Fernando de Haro y Carlos Herrera, tú ya sabes poco más o menos que los rusos han traspasado las fronteras de su país vecino hace dos días, el jueves. Que los tanques desfilan por la capital ucrania y hay bombardeos y suenan las alarmas. Que la gente se ha metido en el metro y los sótanos. Que decenas de miles de personas huyen despavoridas hacia el oeste, en dirección contraria a Rusia y buscando la salida por Polonia, Hungría y Rumanía, nuestros aliados militares en la zona. Que se calcula que la guerra puede desplazar hacia nosotros cinco millones de refugiados y que los hombres ucranianos, entre los 18 y los 60 años, tienen que permanecer en su tierra obligatoriamente y el Gobierno les está repartiendo armas. También sabes ya, seguramente, que Estados Unidos ha proporcionado 350 millones de dólares de ayuda y que los de la OTAN hemos movilizado 40.000 soldados en fuerzas rápidas que se están colocando sobre todo en Polonia y Rumanía, como ha explicado el secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el noruego Jens Stoltenberg.

Porque el ruso está en Kiev, en el corazón de la Europa central. Robando lo que no es suyo, aterrorizando a las familias, matando. Y no podemos ni sabemos pararlo.

Habrá más sanciones económicas, de acuerdo. Sufrirá el pobre pueblo ruso. Nosotros también. Ya estamos notando como se disparan los precios de lo que la epidemia ya había encarecido muy preocupantemente. El barril de petróleo, por encima de los 100 dólares, el gas natural a todo meter, la luz, en su segundo sábado más alto de la historia , 261 megawatios hora. En breve se dispararán el pan y todos los demás derivados del trigo y del maíz, de los que Rusia y Ucrania son suministradores mundiales fundamentales.

E insisto. Ni las sanciones económicas ni los movimientos de tropas de la OTAN son más que pequeños colchones para evitar males peores. Porque todo esto lo sabía Vladimir Putin. Lo sabía porque se lo anunció Joe Biden: “Si atacas Ucrania, te castigaremos económicamente”. Y se lo ha pensado y lo ha hecho.

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Todo lo que nuestros abuelos pensaron después de las Guerras Mundiales ha fallado. Ha fallado la ONU, esa de la que tanto hablan algunos. Se acaba de votar la condena de la invasión rusa y los rusos, que son miembros principales han votado en contra, claro. Suenan dramáticas las quejas de la embajadora de los Estados Unidos ante Naciones Unidas, Linda Thomas Greenfield.

El fracaso, queridos, es total. De los Estados Unidos, que no pueden ni quieren entrar en guerra para evitar una guerra mundial. De la ONU, que se ha demostrado un dique fantasma. De Europa y la Unión Europea, que se agitan y sufren y van a padecer mucho, pero que tampoco podemos permitirnos un conflicto frontal con Rusia.

Señoras y señores, hemos fracasado globalmente. Nunca desde el 45 había pasado algo así, porque maldades hemos visto y hemos hecho muchas. Los Estados Unidos y Rusia y China invadiendo medio mundo en África, en América, en Asia… mintiendo diciendo que había armas de destrucción masiva donde no las había. Naciones que se agredían unas a otras, las hemos visto en los Balcanes cuando Milosevic se cabreó porque Yugoslavia desaparecía y atacó Eslovenia.

Pero esto que está pasando ahora no. Que una potencia mundial europea ataque un país europeo, es el fracaso. Es el fracaso de las instituciones, es el fracaso de todo lo trabajado tras la Guerra Mundial, es el trabajo del amor y la construcción de millones de europeos durante décadas, es el fracaso de tus abuelos y de los míos, de tus padres y de los míos, es el fracaso del amor.

Por eso ha ido el Papa a la Embajada de Rusia a decir que paren, por eso ha llamado a los cristianos ucranianos y les ha ofrecido los bajos de la catedral de Kiev para que se refugien.

Pobre, pobre, pobre Europa, pobres de nosotros.

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