'Cartas a Herrera': "Ya no tiran balones de Nivea en la playa"

Antonio Agredano recuerda los veranos en Arroyo de Miel y lo mucho que han cambiado las tradiciones

Antonio Agredano

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Es viernes, último día de la semana, que Antonio Agredano despide con las 'Cartas a Herrera'en las que reflexiona sobre las cosas de la vida después de algunas de las experiencias que el periodista ha vivido a lo largo de la semana. Y como en toda carta que se precie, no puede faltar la tradicional posdata.

Querido Alberto:

¿Cómo van las vacaciones? Estuviste en la Costa del Sol, según vi. Como buen cordobés, que soy, yo pasaba mis vacaciones familiares allí. En Arroyo de la Miel, que me parece un nombre precioso para cualquier lugar.

Hace años que no voy. Creo que las cosas han cambiado mucho. Ya no tiran balones de Nivea en la playa. Ya no hay bañadores de Fido Dido. Mi sabor de helado preferido ya no es el de pistacho, que era el que me gustaba de chico. Y los padres ya no dejan a los niños tres horas sin meterse en el agua por la digestión.

Nunca me gustó la playa. Como era un niño gordo, me escondía debajo de la sombrilla con la camiseta puesta. Y leía libros, con tal de no bañarme o ponerme a jugar a las palas. Qué frágil es la infancia.

Y siempre pienso: qué queda de aquellos niños en nosotros. ¿Permanecen los miedos o se van diluyendo en nuestros líquidos interiores? Orillándose en nuestro ánimo. Desterrados en nuestra edad adulta. O acaso siguen ahí, los complejos y las dudas que invadieron nuestra niñez, agarrándose a cualquier sitio, presentes en nuestra madurez, asomando su cabecita en algunos asuntos importantes.

“Donde fuiste feliz alguna vez no debieras volver jamás: el tiempo habrá hecho sus destrozos, levantando su muro fronterizo contra el que la ilusión chocará estupefacta”, dicen unos versos de Félix Grande.

Me gustan estas palabras, pero creo que no estoy de acuerdo. A veces siento la necesidad de volver a sitios donde reí a carcajadas o amé o simplemente me sentí en paz, que también es una forma de felicidad. Ese momento en el que nada importa demasiado, y el tiempo parece detenido, y el cielo es obscenamente azul y piensas: me quedaría aquí el resto de mi vida.

Aunque luego todo cambie, aunque la noche nos caiga encima, por dentro y por fuera, con su habitual e inesperada oscuridad. Volver a aquellos veranos, por ejemplo, al olor de la crema de zanahoria para protegernos del sol y al sabor de la sepia a la plancha y al fin de las clases y a las fantas de limón bebidas con cañita sentados en sillas metálicas cuando nuestros pies ni siquiera tocaban el suelo.

P.D.

Tenemos que volver al helado de pistacho, tenemos que volver a donde fuimos felices, tenemos que buscar a los niños que fuimos y confiar en encontrarlos en este maravilloso laberinto que somos de adultos.

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