'Crónicas perplejas': “Los adultos que comen helado siempre parecen niños”

Habla Antonio Agredano de aquello que solemos comer por la calle y, entre todo, destacan los helados

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Aquel verano de Camy. Cuando los magnums aún no existían. Cuando había que elegir entre palo, cucurucho o tarrina. Señalar el cartel con timidez ante la severa mirada de nuestros padres. Pagar en pesetas. El olor a césped recién cortado. Las mejillas encendidas por el sol y los ojos hinchados del cloro.

El helado siempre fue un refugio ingenuo. De hecho, aún hoy, cuando me acerco a las vitrinas de una heladería, y miro las texturas y los letreritos, lo hago con los ojos de un niño. Con esa mirada golosa y única que ha sobrevivido a los años.

Fuimos creciendo. Pasó Camy, pasó Miko… pasaron aquellos agostos. Ahora, los que fuimos niños, somos padres. Ahora, los que pedíamos helados, somos los que le decimos que no a nuestros pequeños. La vida es un parpadeo. La vida es un aro que gira en la cintura de una niña. Siempre acelerado, siempre a punto de caer.

Cuando vuelvo a Córdoba voy a La Flor de Levante y me tomo un conito de trufa. En ese primer lengüetazo se resume todo lo que le pido a mis días: intensidad y dulzura.

Nunca volveré a aquellos veranos pueriles, pero nos quedan los helados. Para llevarnos atrás, para disfrutarlos con la inocencia que aún conservamos. Compruébenlo. Siéntense en la terraza de una heladería y observen a los clientes. Los adultos que comen helado siempre parecen niños. Siempre parecen felices y despreocupados.

Mírenlos. Cómo sujetan sus cucharillas, como lamen las gotas que se deslizan por el vasito, como ríen con su cucurucho en la mano. Cómo comparten con su pareja y prueban los sabores que han elegido. El helado es una máquina del tiempo que nos lanza, con ternura, a los años que ya se fueron. El helado nos lleva del paladar a la memoria. Y de la memoria a la infantil sonrisa.

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