‘Crónicas perplejas’: “Detrás de la calidez de un bar, detrás de su bullicio, hay familias haciendo cuentas”
Habla Antonio Agredano de los bares, tan necesarios en nuestras vidas. Como dice si paran los bares, paran las vidas
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Habla Antonio Agredano En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.
Nuestro Gobierno tiende a escribir en mayúsculas lo que es banal y garabatea en minúsculas lo verdaderamente importante. Cuando la política se aleja de la cotidianidad, cuando la política se refugia en la pomposidad y el discurso engolado, todos perdemos. Los bares vertebran España. Son templos de nuestras rutinas. Cada mañana, los primeros y los segundos platos en tiza sobre las pizarras. El golpe seco del cazo de café. La melodía aguda y machacona de las tragaperras. Las conversaciones en la barra. Las confidencias en la cocina. Los clientes de siempre. Los que llegan por primera vez. Los bares son hogares improvisados.
Pero detrás de su calidez, detrás de su bullicio, hay familias haciendo cuentas. Detrás de su amabilidad matutina, o de su calculada siesez, hay preocupación, hay cansancio y hay expectativas. Ahora es la luz. Antes fueron los impuestos. O la pandemia. O la estigmatización. Se comparte un cartel que enfrenta la Sanidad con la Hostelería. Son debates artificiales. Demagogia tuitera. Para defender los derechos no es necesario demonizar los placeres. Uno puede caminar y mascar chicle sin miedo a caerse. Pero vivimos tiempos pueriles, de buenos y malos, de negros y blancos. Muchos políticos quieren jugar al ajedrez, pero apenas tienen talento para lanzar el dado en la Oca.
No son los bares, somos nosotros. Nuestro Gobierno ha asumido el papel de una institutriz severa y relamida. Nos riñen ya por cualquier cosa. Votamos mal. Gastamos mal. Salimos demasiado. Tenemos la culpa de todas las cosas. Por ser así, espontáneos y gozosos. Por vivir, vaya. Por querer compartir un rato con amigos los pesares diarios. Allí en los bares, donde el tiempo se detiene. Alivio de las responsabilidades. Pausa de hidratación, como en el fútbol.
Mal haríamos en descuidar un negocio viejo como el mundo. Mal haríamos en cuestionar la buena fe de cientos de miles de familias que viven de la hostelería. Que viven de nuestros ratitos. De nuestro recreo. Menús del día, cañas los viernes, tostadas con pizcos de jamón, cafés urgentes cuando arranca la tarde. Si paran los bares, paran las vidas. Cada vez que cierra un bar, se marchita una parte de lo que allí vivimos. Yo he sido camarero antes que fraile. Así que, todo lo que sé de lo que vida, lo aprendí a uno u otro lado de la barra. Aguanten los antros, abajo el populismo solemne y el tedio.