'Crónicas perplejas': ”No hay nada en la vida que sea más fuerte, más duradero y más firme que la niñez”

Habla Antonio Agredano de los dibujos animados

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Gazpacho, el de los Fruitis, era una piña y en la aldea de los Pitufos solo había una mujer. Tico, aquel ratón que acompañaba a Willy Fog y a Rigodón, era andaluz. Y, según Érase una vez el cuerpo humano, uno de nuestros linfocitos blancos se llamaba Pedro. En el fondo de cualquier piscina podía esconderse un robot gigante, como Mazinger. Y, cada fin de semana, esperábamos frente a la televisión a que saliera, por fin, el Caballero del Zodiaco de nuestro signo. El mío era Piscis, así que se hizo de rogar.

En el recreo imitábamos las acrobacias de los gemelos Derrick y soñábamos con romper la red como hizo Óliver Átom. Bueno… en las porterías de mi colegio no había redes, pero nos las imaginábamos. Echo de menos aquella ingenuidad. Aquella pausa en la rutina que eran los dibujitos animados. Apropiarnos de la tele y pasar las mañanas de los sábados delante del tazón de colacao, migando galletas maría, viendo cómo Chicho Terremoto se ponía colorado delante de Rosita.

Luego crecemos y llegan las obligaciones, y llegan las desconfianzas, y llega la seriedad. Y extrañamos, no las series de nuestra infancia… extrañamos lo inocentes que éramos entonces. Esa ilusión por ver un nuevo capítulo de una historia alocada.

Ahora, cuando mis hijos se levantan temprano los fines de semana, y me piden que les ponga Bluey o Simon o lo que ven ahora, no puedo evitar ver en ellos un reflejo de lo que nosotros fuimos. La vida es un reencuentro. La infancia no acaba nunca. La inocencia, como la energía, no desaparece, sólo se transforma.

Escuchando a los fósforos hoy. Sus historias y sus recuerdos… pienso que no hay nada en la vida que sea más fuerte, más duradero y más firme que la niñez. Que la niñez que todos llevamos dentro