Crónicas perplejas: "Igual que desconfío de los camareros amables, desconfío de los suegros simpáticos"

Antonio Agredano habla de los suegros y del amor, que aunque parece un deporte de dos, tiene una cancha que tiende a llenarse de gente

Antonio Agredano

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El amor parece un deporte de dos, pero la cancha se va llenando de gente. Los hay que aconsejan, los hay que abuchean, los hay que analizan en silencio, los hay que animan a gritos, y los hay que, directamente, quieren hacerse con la pelota. «Yo soy yo y mis circunstancias», dijo una amiga a su futuro marido al más puro estilo Ortega y Gasset. Iba avisando.

Padres, madres, hermanos y primos lejanos. Aunque maduros, no hemos caído como virginales frutos. Somos la suma de muchas cosas. Somos parte de algo más grande. La familia, por más que uno intente contenerla, siempre está en el elenco del espectáculo. «Yo aspiro a ser la suegra que me hubiera gustado tener», escuché a la madrina en una boda. Desde lo del arroz mil delicias, no había escuchado una mentira tan grande.

El amor, como toda aventura, tiene villanos y aliados. Tiene traición, redención y mística. Del mismo modo que desconfío de los camareros amables, desconfío de los suegros simpáticos. Hay que perder el miedo a caer mal. Basta ya de armonía. Ya no es suficiente con ser limpios, trabajadores y dormir ocho horas, ahora se nos exige una bondad todoterreno, un bienquedismo contra viento y marea.

Sólo en la adversidad nos hacemos grandes. También en lo sentimental. Uno llega al amor embobado, liviano, fresquísimo; pero esto es un viaje de años. Los suegros, vuelvo al simil del deporte, no son el equipo contrario, pero sí la hinchada rival. Si te equivocas se van a reír, si aciertas, guardarán un rabioso silencioso. Está bien así. Ya somos adultos. Compartir un vino con tu suegro puede ser cordial, incluso provechoso, pero jamás divertido. Desconfío de las suegras confidentes, desconfío de los yernos serviciales, desconfío de los suegros que llenan despensas ajenas, desconfío de las nueras que mandan flores. España es un país construido a base de tupperwares y desconfianza. España es un país que necesita tensiones familiares, referimientos y mesas camillas. El buenismo no nos representa, trabajemos todos juntos para que no se extinga la suspicacia, el recelo y también, por qué no, los afectos inesperados. O como dijo el sabio: El amor es un jardín florido; y el matrimonio es ese mismo jardín, pero al que ya le han crecido algunas ortigas.

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