‘Crónicas perplejas’: “Lo importante nunca es tangible”

Habla Antonio Agredano de las cosas perdidas y de lo que nos cuesta desprendernos de lo material

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Sólo amamos lo que tememos perder. Quien se enamora de lo imposible, está condenado a perseguir tormentas. Los que llevamos muchas mudanzas a nuestras espaldas hemos descuidado el aprecio de las cosas físicas. Dicen que tres mudanzas equivalen a un incendio, así que, por mi parte al menos, ya han sido tres grandes fuegos los que han arrasado mi cotidianidad. Mis libros, mis baratijas o mis camisas.

Me da miedo encontrarme con mi pasado. Creo que es un terror legítimo, similar al de los espejos, porque nos vemos en aquellas pequeñas cosas tal como somos, con nuestros defectos, con nuestras miserias y con nuestras dudas. Una tarde, en un viaje Córdoba-Málaga, en uno de esos autobuses ALSA que recorren España de estación en estación y y de amor en amor, abrí un libro y de entre sus páginas cayeron fotografías de una mujer a la que quise mucho, de una historia que acabó con tristeza.

Esas fotografías me desmoronaron, como las olas que en la orilla hacen desaparecer suavemente un castillo construido con alegría y urgencia infantil. Éramos nosotros. En otra vida. Sonriendo a una cámara de las de antes. No sé qué hacían allí esas fotos, en ese libro que elegí casi al azar para hacer más liviano mi trayecto. Pero qué pequeño me sentí en ese autocar, qué lejos del que fui y de lo que tuvimos. Todas las historias de amor son la misma historia: Un puñado de recuerdos que agonizan escondidos en el fondo de nosotros mismos.

Ha pasado el tiempo. Ahora, en casa, sólo encuentro juguetes de mis hijos en las ranuras del sofá. Garabatos en folios que se deslizan por debajo de los muebles. La otra noche, debajo de mi almohada, encontré una muñeca de Peppa Pig que alguno de mis niños había escondido allí. La dejé sobre mi mesita de noche. Y ahí sigue, esa cerdita ridícula, recordándome que lo importante nunca es tangible. Que todo puede perderse, menos el entusiasmo de los días, menos la felicidad de lo vivido.

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