'Crónicas perplejas': “La palabra va mucho más allá de un capricho de domingo”
Habla Antonio Agredano de la desaparición de los quioscos y el futuro de los periódicos
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".
En el verano del año 2000, cuando tenía veinte años, mejor pelo y una cintura razonable, y no esto que tengo aquí ahora alrededor, trabajé en un quiosco de prensa. Me pagaban poco y en negro. Pero allí estuve, de junio a septiembre, abriendo a las siete de la mañana, saliendo a las tres del mediodía, de lunes a domingo, con ese entusiasmo irrepetible de los primeros empleos.
Ordenaba los periódicos con mimo. Las revistas colocadas por temáticas. Las verderonas escondidas en el sitio adecuado. Tenían su público también. Y fui quedándome con el nombre de mis clientes. Paseaban a sus perros. Me daban algo de conversación. Muchos me trataban con paternalismo. Algunos otros con desdén. Pero yo trataba de sonreír siempre, comentar las noticias del día, los fichajes del Madrid, las cosas de Aznar, ese mundo, ese nuevo siglo que medio empezaba.
King Africa cantaba Bomba en todas las emisoras. Yo tenía un Alcatel One Touch Easy. Eran los Juegos Olímpicos de Sidney. Y se vendían muchos periódicos. Diario Córdoba, El Mundo. Recuerdo en mis ratos libres leía sus columnas. Quién me iba a decir a mí que muchos años después acabaría firmando en esas páginas, llenando de palabras esos papeles ásperos al tacto e inolvidables al olfato.
Han cambiado los formatos y los hábitos. Los quioscos cierran. La vida se acelera. Pero las palabras siguen siendo necesarias. Las ideas que a diario guardan los periódicos como tesoros que el lector desentierra. Los periódicos aún consiguen hacer zozobrar el poder, dar luz a los asuntos oscuros y hacernos partícipes de los cambios de rumbo. En eso, poco ha cambiado.
Y aunque echo de menos aquel quiosco, aquel pequeñísimo quiosco en una céntrica esquina de Córdoba, aquel quiosco sepultado por los coleccionables en septiembre, aquel quiosco caluroso que aún permanece abierto, a duras penas, vendiendo botellas de agua a los turistas y trompetas de plástico a los niños pesados, sé que los periódicos seguirán muchos años. En papel o en pantallas de vidrio y plástico. Porque la palabra va más allá de un capricho de domingo. Porque sin ideas, sólo seremos, en esta vida, aburridos y melancólicos paseantes.