'Crónicas perplejas': "Si oyéramos una explosión en la ciudad, antes de asomarnos por la ventana, miraríamos el móvil para ver qué ha pasado"
Habla Antonio Agredano de móviles y de aplicaciones
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Abro el móvil sin pensarlo. De repente, lo tengo en la mano, y estoy pulsando su pantalla abriendo aplicaciones casi sin darme cuenta.
A veces me siento como un niño que se despierta de madrugada y busca su peluche en la cama para abrazarse a él. La misma seguridad. Esa sensación de estar reconfortado. Es perverso.
Si mañana saliera a la calle sin móvil, no podría hacer nada. Con ese aparato pago mis compras, busco los bares, llevo mis citas, escucho música, la radio, hasta mi afinador de guitarra es ya una aplicación.
Y, sin embargo, hay días, en los que desearía meter ese aparatito en un cajón y no volver a sacarlo.
Hubo un tiempo en el que desaparecer era una opción. Pasar una tarde con uno mismo. Pasear, beber o simplemente no hacer nada en el sofá. Sin pitidos, sin urgencias, sin respuestas inmediatas a peticiones caprichosas. Ver una película sin interrupciones. Abrir un libro y ya está. Tener una duda y no intentar solventarla de inmediato. Me hago mayor.
Si oyéramos una explosión en la ciudad, antes de asomarnos por la ventana, miraríamos el móvil para ver qué ha pasado.
¿De qué nos ha servido estar todo el tiempo en todas partes? ¿De qué nos ha servido, íntimamente, esta cesión de nuestros días y de nuestro ánimo? ¿Vivimos mejor? ¿Somos más felices? ¿Somos más útiles, más productivos, más creativos? ¿Tenemos más amigos o hemos perdido a algunos de los que teníamos? No lo sé. Lo peor es que no lo sé.
Si oyéramos una explosión en la ciudad, antes de asomarnos por la ventana, miraríamos el móvil para ver qué ha pasado. Hemos renunciado a nuestra mirada. No sé si es reversible. Me siento como uno de esos señores mayores que, cuando yo era niño, conservaban sus antiguos coches ruidosos con manivelas en la puerta y estampita de San Cristóbal en el salpicadero.
El futuro será lo que queramos que sea. Pero no quiero renunciar a este derecho tan nuestro que es, de vez en cuando, levantarnos con el pie izquierdo y no estar para nadie