'Cónicas perplejas': “A veces busco en mí aquel joven que fui, en el asiento de copiloto de un coche viejo”

Habla Antonio Agredano del uso que hacemos de los coches y la vida que pasamos en ellos

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Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Asocio la juventud al desorden. No sólo al mental, también al tangible. Era increíble la capacidad que teníamos de convertir nuestro dormitorio en una cochiquera. Camisetas y bermudas amontonadas en la silla, apuntes formando altísimas columnas, la ropa del fútbol hecha un gurruño en una esquina del armario.

Tal era el caos, que la casa se nos quedaba pequeña, y trasladábamos nuestra anarquía a otros espacios. Al local de ensayo, a las casas de otros amigos y, por supuesto, a los coches.

El coche de mi amigo David era una especie de contenedor de obra con ruedas. En él podrías encontrar cualquier cosa. Cajas de CDs medio partidas, zapatillas de deporte, llaves de vete a saber tú qué, latas vacías, una guitarra sin cuerdas que siempre íbamos a llevar a reparar.

Cierro los ojos y puedo ver ese Volkswagen Golf blanco, lleno de bollos, arrancado en la puerta de casa. Con música de Deftones a toda potencia. Con la promesa de una noche inolvidable o un viaje inesperado, o un festival en algún pueblo o un amor fugaz en el asiento trasero.

Echo de menos aquellos días. Nos hacemos mayores y empezamos a pasar el dedo ensalivado por los arañazos. Compramos ambientador. Pasamos el aspirador a las alfombrillas de vez en cuando. Reñimos a los niños cuando manchan de gusanitos sus asientos. Me siento lejos de aquel coche y me siento lejos de aquellos años. Pero extraño aquel desorden.

Aunque todo tiene su tiempo, a veces busco en mí aquel joven que fui, en el asiento de copiloto de un coche viejo, cantando canciones, con los pies descalzos sobre el salpicadero, con rumbo a ningún sitio. Porque ningún sitio es donde, habitualmente, acaban nuestros mejores viajes.

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