‘Crónicas perplejas’: “Allí donde fuimos felices dejamos un aroma que nos acompañará ya siempre”
El aroma, el olor es el que nos invade y evoca recuerdos como los que nos cuenta Antonio Agredano
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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente.
Esta lunes habla Agredano del olor, aquello que es capaz de transmitirse a través de un perfume, comida, rutina… Ese aroma, que como dice “siempre nos acompaña” y con el que somos capaces de viajar al pasado con los recuerdos que evocan
1“¿A qué huelen las cosas que no huelen?”, se preguntaban en un anuncio de salvaslips. Al contrario que Evax, yo creo que las cosas verdaderamente importantes apestan. Mi madre fuma Ducados. No hay olor que me moleste más que el de sus cigarros consumiéndose en los labios. Ese lento apagarse, como una metáfora de sí misma. Pero sé que algún día, dentro de muchos años, lo echaré de menos. Como ya echo de menos el olor de los pañales de mis hijos. Ellos ya no los necesitan. Van decididos al wáter. Avanzan ingenuos hacia su autonomía. Maduran sin darse cuenta, con pequeños pasos de gigante. Recuerdo bajar la basura cada noche, tras la apestosa colección de dodotis y toallitas húmedas amarilleadas. Y hasta eso extraño. Las dependencias siempre son mutuas.
También el amor posee una esencia agria. Los amores inolvidables arrastraban su perfume secreto: Los flujos, el sudor, el miedo. Allí donde fuimos felices dejamos un aroma que nos acompañará ya siempre. Mi hombro, por ejemplo, huele a su saliva cada tarde, porque ella duerme la siesta agarrada a mi costado. Las persianas ciegas del verano. Su boca en la clavícula. Soñándonos mutuamente. Huyendo del calor, de la vulgaridad y de un futuro que desconocemos.
También pasa al revés. A veces, los buenos olores nos sorprenden en el peor de los momentos. Cuando me enteré de que mi abuelo había muerto, el piso olía a sandía y a aftersun. Una vez, no hace tanto, me rompieron el corazón con una exquisita pizza aún humeante delante de mi nariz. Cuando abandonamos la casa que compartimos por amor, y arrastrábamos cajas y maletas en silencio, ya en la puerta, justo en el adiós, nos sacudió un delicioso olor a romero. Aquella casa olía a pan tostado y a café por las mañanas. Al menos, al principio. Cuando nos queríamos. Luego el aire se llenó de cerrazón y humedad. Las cosas importantes hieden. El queso a los postres en los cada vez más escasos banquetes familiares o mi perro Pitu cuando correteaba bajo la lluvia o el aseo de los bares donde tan bien lo pasaba de joven. Hay perfumes que son cárceles y malos olores absolutamente evocadores. La vida siempre ha sido caprichosa.”