'Crónicas perplejas': “Aquella tarde del mayo cordobés acabó mi carrera en la hípica”

Habla Antonio Agredano de los caballos recordando la mala experiencia que tuvo con un poni

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Antonio Agredano detalla la mala experiencia que vivió con un poni en la feria de Córdoba

Antonio Agredano

Publicado el - Actualizado

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En esta sección de Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Cuando tenía seis o siete años, mis tíos me llevaron a la Feria de Córdoba. Pasamos por los ponis y allí quise subirme. Elegí el poni más alto, que era un animal negro con cara de estar ya harto de niños, y ahí que me subí con ayuda del señor que llevaba aquello.

A ver, un poni grande no deja de ser un poni, pero yo me sentía allí dando vueltas como El Cid sobre Babieca. Como Alejandro Magno sobre Bucéfalo. Como Perseo sobre Pegaso. Pero como yo siempre fui un niño lacio, a cada vueltecita que daba saludando a mis tíos yo notaba que la silla se iba deslizando a un lado. Aunque intentaba enderezarme, cada vez estaba más volcado y claro, como no saqué los pies de los estribos, llegó un momento en que mantenerme erguido era imposible.

Y caí. Caí de una forma escandalosa, porque el poni se vino conmigo, y parte de la estructura metálica. A ver, fue un show, la gente se empezó a arremolinar en torno al puestecito aquel. Yo lloraba sin parar. Mis tíos me decían: “Qué te duele”. Pues la dignidad. Me duele la dignidad. Por eso lloraba, por pura vergüenza. Los indios, en las películas del Oeste que veía mi abuelo, se caían del caballo con elegancia. Lo mío fue una cosa tan ridícula que mi tío, que cada Navidad cuenta esta misma anécdota, casi nunca puede terminarla de la risa que le da.

Aquella tarde del mayo cordobés acabó mi carrera en la hípica. Cuando veo un caballo lo miro así de lejos. Mis hijos quieren que los lleve a montar a caballo y les he dicho que antes les compro una moto. Los niños lacios somos así. Nos creemos Lancelot cruzando los campos ingleses y a los treinta segundos estamos revolcados en paja y cacas de poni bajo la atenta mirada de media feria. Hay que quererme así. Es parte de mi encanto.

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