‘Crónicas perplejas’: “Cuando hablo de viajar, jamás pienso hacia dónde, sino con quién”
Antonio Agredano nos lleva de viaje a un camping
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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente.
Así nos lo cuenta Agredano:
Dicen que el día en el que te dan las llaves de tu autocaravana recién comprada vives el que será el segundo mejor día de tu vida. El segundo, insisten. Porque el mejor día de tu vida será, sin duda, y ya lo verás, el momento en el que la vendas. Aspiramos a mucho, nos conformamos con cualquier cosa. Es algo ferozmente humano esto de adaptarse a lo que la existencia, tan caprichosa, nos va dejando, como miguitas de pan, por el camino.
La vida es una gimnasia llena de expectativas. Nunca ganaremos una medalla, pero que nadie nos quite el entusiasmo por conseguirlas. Viajar, por ejemplo. Viajar es, básicamente, la necesidad del movimiento. Borrar por unos días esta pegajosa sensación de quietud y acomodo. Del tiempo detenido y las rutinas. En mi bolsa de aseo viene escrito: “Viajar es la única cosa en el mundo que, costándote dinero, te hace más rico”. Son cosas que se dicen. Un amigo mío fue a conocerse a sí mismo a la India y descubrió que seguía siendo igual de tonto que siempre, y encima ahora tenía el estómago suelto y tres mil euros menos en la cuenta.
He sido feliz en hoteles sofisticados y he sido feliz en apartamentos desconchados. He sentido vértigo en trenes de media distancia y en vuelos transoceánicos. Aunque soy un hombre de gustos sencillos, sé reconocer un hotel lujoso a la primera; sólo tengo que ir al baño, tratar de abrir el grifo de la ducha y regular su temperatura. Cuanto más me cueste conseguirlo, más exclusivo es el hotel.
Una vez, era yo muy joven, hasta fui feliz en un camping. Ella me llevó en su Volkswagen Golf. Le ayudé a montar la tienda con mi torpeza habitual. Pasamos calor por la mañana y frío por la noche. Nos abrazamos viendo el anochecer y el amanecer, y con eso, con estar allí juntos observando el guiño del cielo como una distante amapola, se compensaban los sudores y las tiritonas, las incomodidades y las piedrecitas bajo la espalda, los vecinos ruidosos y las duchas rápidas. Con la madurez he aprendido que no hay mayor lujo que sentirse amado. Yo, cuando hablo de viajar, jamás pienso hacia dónde, sino con quién.