‘Crónicas perplejas’: “Lo cutre es más divertido, por inesperado”
Habla Antonio Agredano de las fiestas, de las auténticas, de las buenas
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Habla Antonio Agredano En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.
Sobre las fiestas tengo apenas una certeza: sólo salen bien las inesperadas. Todo lo que sea preparación, expectativa, ilusión, anticipación… eso se carga el cachondeo. No hay cosa más bonita en la vida que salir de casa a hacer un mandado, una cosita breve, por el barrio… no sé… bajar a comprar fruta, y enrrearse de tal modo que los plátanos lleguen ya negros a casa.
“Bebo porque cuando bebo, pasan cosas”, escribió Scott Fitzgerald. Yo soy de esos. Siempre bebo con Moderación, eh… pero Moderación luego se va pronto a casa y ya me quedo yo solo por ahí de bares. Y ahí es cuando todo se lía. Las fiestas que más me gustan son esas que surgen solas, ya sea en un cumpleaños infantil, en el bar de un tanatorio o en un antro del barrio de esos con mesas de plástico y bote grande de altramuces. Donde se ponga un Larios cola que se quite el gintonic floreado. Esto no es una cuestión debatible. El cubata siempre en vaso de tubo. Con el hielo atrancado en la mitad. Esa es nuestra civilización. Hay que proteger ese patrimonio y dejar de coquetear con los cócteles y esas historias, que no trae nada bueno. Que no estás en un hotel de Nueva York, hijo, que estás en un bar con ínfulas en la Huerta de la Reina. Tómate un leñazo. Rives, si tienen. Chorreón generoso. Y luego pide la cola light, eso sí. Que hay que cuidarse.
A ver, el repopeteo está bien, pero es previsible. Lo cutre es más divertido, por inesperado. Los sitios elegantes se parecen demasiado unos a otros. Para mí, las fiestas buenas son como esos tornados de Texas que sacan en las noticias de Telecinco. Que nadie los ve venir, que salen ahí, todo lo arrastran y lo destrozan, y después desaparecen, de repente, y encima sale el sol luego. Eso es una fiesta. Y por supuesto acabarla en el after.
Me he puesto más nervioso esperando a que me abran la puerta de un after a las seis de la mañana que en la noche de Reyes cuando era niño. Qué ilusión, cuando llamas y tras un ratito de espera, abre la puerta ese calvo, con pelo largo por detrás, con camisa de cuadros y botas chiruca, mira a un lado y hacia otro, y te hace así con la cabeza, como diciendo: “Entra, anda. Entra, prenda”. Qué cosa más bonita las fiestas. Qué morriña de ibuprofeno y pizza recalentada al día siguiente. No hay fiesta que sea un desastre, lo que es un desastre somos nosotros. Pero ya, a estas alturas de la película, para qué cambiar. Unos murieron con las botas puestas, otros moriremos pidiendo otra ronda al camarero desde la otra punta del bar
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