‘Crónicas perplejas’: “He dado más vueltas por el buffet libre que por las casetas en la Feria de Córdoba"
Habla Antonio Agredano de los hoteles
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.
Nunca he usado un gorro de baño. En mi vida me ha dado por ponerme eso en la cabeza. Y, sin embargo, qué tentación echarlo en el neceser cuando abandonas tu habitación del hotel. Llegar a casa, decir: para qué quiero yo esto. Y meterlo en un cajón bajo el lavabo donde puede pasar años. Qué digo años, décadas. Junto a botecitos minúsculos de gel y champú y peines metidos en bolsitas de plástico que no usarás jamás. Así soy. Así somos. Y eso con los adminículos del baño. Imagina con el beicon en el buffet libre del desayuno.
He dado más vueltas por las vitrinas del buffet libre que por las casetas en la Feria de Córdoba. Eso son muchas vueltas, lo digo. No sé por qué ponen plato y cubiertos pudiendo poner carretilla y pala. Luego están esos que en los bufets libres cogen algo de fruta y se sientan y ya. Y miran a los demás con desprecio. Como pensando: son bárbaros. ¿Por qué hacen eso? La contención también es un exceso. Es como esa gente que bebe ginebra 0,0 y van viendo cómo te vas emborrachando desde la atalaya moral de la sobriedad. Beber y comer. Qué hay mejor. La mesura no es elegante, la mesura es de horteras.
Y luego esa coreografía de guiris, chocando frente a los huevos benedictinos, qué maravilla, ese trasiego de gente con platos en las manos. El café ese que ponen. Café del avión, lo llamo, porque te lo bebes y te vas volando. O esos zumillos de naranja que parecen hechos con el Tang, como en tus cumpleaños de niño. Y también lo de sentarte, mirar tu plato, y ver un cruasán con mermelada, salchichón, pan de cereales, un donut, kiwi, tres churros y un huevo frito y pensar: cuando me acabe esto me voy a tomar una taza de leche con Chocapic.
Me gustan los hoteles. Me gustan hasta los cisnes hechos con toallas. La kettle en la habitación. Encender la tele y que te salga un informativo marroquí y que la lista de canales esté siempre desordenada. O cuando vais al hotel con ardor guerrero y os ponen dos camas individuales pegadas. Que sabes que en algún momento de la noche vas a acabar en el suelo cayendo a través de la grieta, como Gandalf y el Balrog.
Y los albornoces. Sentando en una butaca, mirando a través de la ventana, sintiéndote como Julio Iglesias en el Ritz. Me encantan los hoteles. Lo malo es que hay que pagarlos. Y ahí es cuando llamas a un colega y dices: tío, mañana hago noche en Madrid, déjame el sofá. Te llevo una botellita de vino.