'Crónicas perplejas': “Grité el gol de Lamine Yamal como si un volcán hubiera entrado en erupción"

Habla Antonio Agredano del triunfo de la selección española en la Eurocopa y su pase a la final

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El elogio de Antonio Agredano a la selección española tras clasificarse para la final de la Eurocopa

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas"

Alejandro Magno no había cumplido los dieciocho años cuando dirigió a la caballería macedónica en la batalla de Queronea. Aristóteles le dijo que era pronto para pelear. Él contestó: “Si espero, perderé la audacia de la juventud”.

La victoria siempre exige cierta inconsciencia. Para ganar hay que pensar pero sobre todo hay que sentir. Al cuore non si comanda, que dicen los italianos. El corazón no es un músculo dócil. El corazón siempre quiere lo que quiere.

Anoche grité el gol de Lamine Yamal como si un volcán hubiera entrado en erupción frente a mi ventana. El gol también tiene algo magmático, algo inesperado, una explosión de fuego y ceniza. El gol es un lenguaje que nos une.

Yo he vivido el gol de Platini a Arconada. Molina frente a Noruega. El penalti de Nadal frente a Inglaterra. El tanto de Djorkaeff. La derrota frente a la Portugal de Figo. La frustración de Raúl. Las despedidas precipitadas. Los balones colgados al área en el descuento. El desconsuelo de Zubizarreta.

La selección española es una de esas emociones que se clavan y duelen como las espinas en la palma de la mano

¿Qué es el fútbol? El fútbol es una cicatriz. Una herida que sana lentamente. El fútbol es lo que nos queda cuando ya no queda nada. Y ayer, mientras levantaba los brazos tras el pitido final con las lágrimas saltadas, ella me miró y me dijo: “Me da ternura verte así”.

Y pensé: es que el fútbol es, sobre todo, inocencia. Alargar nuestra infancia. La selección española es una de esas emociones que se clavan y duelen como las espinas en la palma de la mano.

Pero hay días como el de ayer. En el que la felicidad ocupa los espacios y los salones. Las terrazas presididas por una tele gigante. Una felicidad de transistores y el pitido de los coches y los niños agitando con timidez sus banderas de plástico y besos al escudo y una llama roja que se expande por los hogares, los bares y la memoria.

Porque ganó España. Porque ganó nuestra niñez. Porque el fútbol es un corazón compartido por millones de personas que gritan y lloran y se abrazan con un idéntico y rojísimo latido.

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