'Crónicas perplejas': “Hay que abrazarse a lo que no tiene trascendencia”
Habla Antonio Agredano de los pequeños caprichos a los que es necesario rendirse de vez en cuando
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas"
“¿Papá, qué es un casoplón?”, me preguntó mi hijo pequeño el otro día. Había visto esa palabra escrita en el cartel de un banco. Le contesté: “Un casoplón es un casa enorme y bonita”. Y me dijo: “Como la nuestra”. “Parecida”, le contesté.
Vivo en un piso pequeño. De esas de ducha de uno en uno. De compartir habitación con el hermano. Un piso de armarios empotrados y terracita inútil. Que mi hijo la vea enorme no tiene que ver con los metros cuadrados, sino con las emociones que él vive allí. Con los juegos, con la música y los bailes en el salón, con el despertar de besos en la frente que cada mañana le da su padre.
Somos fuertes en lo pequeño. Somos mejores en la inutilidad. Cuando lo que tenemos, lo que hacemos, lo que vivimos, no tiene un fin, sólo un camino. Hay que disfrutar de las cosas livianas. Hay que abrazarse a lo que no tiene trascendencia.
No todo es un gran coche, una casa con piscina, un viaje al otro confín del mundo… he sido feliz con un vino peleón en una pequeña azotea del barrio de San Basilio. He sido feliz compartiendo toalla sobre la arena apelmazada de la Malagueta. He sido feliz paseando a mi hijo Fidel por una Sevilla desierta en mi bicicleta de segunda mano.
Ahí está el motor de la vida. En las diminutas pasiones. En los detalles apenas perceptibles. En los amores breves y en la memoria. Todo lo grande se construye sobre lo pequeño, como en uno de aquellos juegos de Exin con los que construíamos imperios con piezas pequeñitas.
Al fin y al cabo, eso es la vida. Solo una suma de instantes caprichosos, una melodía hecha con minúsculos latidos.
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