‘Crónicas perplejas’: “Medir trenes parece sencillo comparado con este follón entre el deseo y el tedio”
Habla Antonio Agredano de los líos en los que nos metemos al no saber medir bien
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.
El error de los trenes y los túneles es una chiquillería comparado con el cálculo que hacemos todos para convertir nuestra dulce juventud en una suerte de vida ordenada y adulta. Eso sí que es medir mal: casarse, hipotecarse, tener hijos. Suena bien, pero tiene un trasteo. Dejar la noche y las resacas, tener una gran tele en el salón, un hueco en el sofá, beber vino con elegancia, que te despierten tus niños con besos los domingos por la mañana. Cerrar el Tinder, dejar de ir al Burger King. Comprarte un piso bonito. Decorarlo a tu gusto. Ir al Ikea, incluso, con cierto entusiasmo. Amar sin prisas. El olor a café y a pan tostado por las mañanas. Ese amor pausado de los primeros años. Algunas risas con tu suegro. Lo que la vida espera de nosotros, vaya.
Pero luego la cosa se complica. Discutes porque quieres una freidora de aire. Te enfadas porque quieres ver una película de naves. Refunfuñas porque no soportas la ropa tendida bajo la mesa camilla. Y luego tienes que hacer obra en casa. Y luego el coche una mañana no arranca. Y llegan los niños. Que se despiertan de madrugada. Y lloran. Y pintan la pared mientras les preparas la cena. Y tu jefe te echa el teléfono justo cuando los estás bañando. Y al piso le sale una humedad, y el peso te dice que has engordado, y te llaman desde el colegio porque el pequeño tiene fiebre. Y dices: “Qué maravillosa, intensa y desconcertante es la vida”.
Medir trenes parece sencillo comparado con este follón entre el deseo y el tedio. Agarrados al amor como el Coyote a la ramita en el precipicio. Hay contradicciones y esperanzas, hay gotelé y un despertador sonando a las 06:45 de la mañana. Esto de querer ser mayor, pero seguir teniendo los mismos miedos que de crío. Esto sí que no supe calcularlo a tiempo. Y uno se lanza a la vida adulta sin las cuentas hechas. Con un cuaderno lleno de garabatos. A veces me siento como uno de esos coches arañados por los pilares de los aparcamientos. Esos coches que, a fuerza de abollarlos, caben en sitios inimaginables. Y yo le pregunto a mis amigos, y todos están igual. Por eso brindamos. Porque el tiempo pasa, pero nosotros seguimos, y tras cada día nublado hay tres o cuatro llenos de luz y de júbilo