Crónicas perplejas: “Pensé en que aquella tarde lo que yo había destrozado no era un coche, sino mi infancia"

Antonio Agredano revive el recuerdo familiar que el evocaba un simple vehículo

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Crónicas perplejas: “Pensé en que aquella tarde lo que yo había destrozado no era un coche, sino mi infancia"

Antonio Agredano

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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equipararlas con lo más sorprendente.

Como lo de este miércoles y su aventura al volante recién sacado el carnet de conducir y el recuerdo de la infancia y de su familia que le evocaba su coche, más allá de ser un simple vehículo.

"Una tarde de junio de 1999, con la ele blanca sobre fondo verde aún pegada en la luneta trasera, estrellé mi Seat Málaga 1200 GL contra una camioneta que venía en sentido contrario. Mis padres acababan de comprar un coche nuevo y yo, con el carnet recién sacado, había heredado el viejo coche familiar. El morro del Málaga se arrugó como una naricilla infantil que muestra descontento. El cinturón de seguridad evitó mi daño. Llegó la policía, llegó una ambulancia, llegaron cámaras de Andalucía Directo, cortaron el tráfico durante unas horas. Todos estábamos bien. Yo no había dejado de temblar. Firmé algunos papeles. Los agentes me despidieron con cierta ternura. Yo tenía 19 años, iba a recoger a la chica que me gustaba de la Facultad de Derecho, escuchaba a Placebo en el radiocasete, no había visto el semáforo. Una grúa arrastró el Málaga hasta no sé donde, me dio vergüenza preguntar, y mientras se alejaba, mi coche, inclinado, dejando un llanto de líquidos azulados, un rastro de piezas plateadas y plásticos negros, pensé en los viajes que habíamos hecho con ese Málaga blanco que ahora era retirado como un toro ensabanado muerto en la plaza.

Ese coche, que ya parecía sólo chatarra, nos llevaba a Benalmádena cada verano. Ese coche me llevaba al fútbol los fines de semana. Partidos sobre campos de albero en barrios de la periferia. A mi hermana, a sus clases de ballet. Ese coche éramos nosotros, una familia como tantas otras familias, con cartillas verdes y rojas apiladas en el taquillón. Una familia con sueños y secretos y un futuro por conquistar y un pasado con el que reconciliarse. Recuerdo, de muy niño, ir al concesionario con mis padres a recoger aquel Seat Málaga. El olor de los coches nuevos. Memorizar su matrícula. CO de Córdoba, 8460 P. Sentarme al volante sobre las rodillas de mi padre, imitar el sonido de su motor, hacer como que conducía. Un coche que no es un coche, que es un recuerdo de los tiempos felices. Señalando las amapolas desde la ventana. El ritmo de los parabrisas cuando llovía. Aquellos tiempos. En familia. Antes de que la enfermedad agostara las cosechas. Antes de que la vida nos enseñara sus colmillos.

Por eso, cuando estrellé el Seat Málaga y vi su cadáver metálico alejarse entre la arquitectura veraniega de mi ciudad, pensé en que aquella tarde lo que yo había destrozado no era un coche, sino mi infancia. La memoria de una familia. Que había puesto fin a un viaje que parecía interminable. Tenía 19 años. Y empezaba, ya en serio, mi vida".

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