‘Crónicas perplejas’: “La superstición, la manía... son todas expresiones del mismo terror: la fatalidad"

Habla Antonio Agredano de manías y asegura que sin ellas me siento desasistido y vulnerable

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‘Crónicas perplejas’: “La superstición, la manía... son todas expresiones del mismo terror: la fatalidad"

Antonio Agredano

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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

Así nos lo cuenta Agredano:

Cuando me siento en una mesa, ordeno simétricamente las cosas que están sobre ella. Si estoy solo, lo hago de forma inmediata. Si estoy con otras personas, voy moviendo los elementos con disimulo hasta que lo dejo todo quieto más o menos a mi manera. Llamo manías a estos pequeños rituales cotidianos. Todo ritual, decía Víctor Turner, es un proceso de transformación. Todo rito es un rito de paso. No sé qué pretendo con mis manías, pero sin ellas me siento desasistido y vulnerable.

Quizá, con todas estas coreografías, con todo esto de mover cosas de sitio, sólo pretenda seguir siendo feliz. La vida es esplendorosa e incierta. Los rituales alivian el miedo a que todo se estropee. Si se me derrama la sal, echo una pizca por encima de mi hombro. Si me cruzo con un coche fúnebre, me persigno. Si voy a hacer algo importante, evito pisar las juntas de las baldosas. Si me cruzo en el campo con una planta de romero, me echo un poquito al bolsillo. La superstición, la manía, el ritual… son todas expresiones del mismo terror: la fatalidad. La mala suerte. El malfario. Como cada cual llame a esa bestia negra que es la desgracia inesperada, el dolor mundano.

Por eso nunca cuestiono las tonterías de los demás. Por eso no me gusta que cuestionen las mías. Nuestra existencia crece en la frontera entre el pragmatismo y la irrealidad. Todas mis manías tienen la misma razón de ser: que la vida me sonría. Que las cosas vayan bien. Que los días no caigan sobre mí con su peso de gigante.

Hay obsesiones, hay trastornos, hay perfeccionismo llevados al extremo; pero yo sólo hablo de la simpleza de un gesto. De cómo la ansiedad se diluye con algo tan sencillo como acariciar a escondidas la pata de una mesa de madera. Somos extrañísimos. Siempre tan cabales, tan medidos, tan pulcros en nuestros razonamientos, y luego lanzándonos a escondidas a los diminutos rituales. Calmando la impaciencia de vivir alineando objetos, cruzando los dedos, abrazándonos a viejas costumbres, a manías que nos ruborizan, palpando a oscuras ese otro lado: el reverso intangible de nuestras rutinarias vidas.

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