Del Val: “No podemos aplaudir a las 8 y mandar a los bomberos de la salud a quemarse por falta de protección"

Produce un desaliento ver a ese personal arreglarse con el plástico de los sacos de basura y con esparadrapo para poder confeccionarse un traje protector

Luis del Val

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Tenemos en España un magnífico cuerpo de Bomberos. Buena prueba de ello es que en cualquier catástrofe, sucedida en cualquier rincón del mundo, acuden en auxilio de esos derrumbes, de esos seísmos, y su labor es encomiada y aplaudida.

Ahora bien, imaginemos que, ante un caso pavoroso de incendio en España -digamos como el de Australia- comprobáramos, día a día, que algunos bomberos carecen de trajes ignífugos, y cada jornada, como un goteo terrible, resultaran varios bomberos con quemaduras en su lucha contra el incendio, y que superaran los cinco mil quemados, y que nos fuéramos quedando sin bomberos.

Bueno, pues nuestros bomberos sanitarios -médicos, enfermeros y auxiliares de diversa laya- carecen algunos de trajes ignífugos, o sea, de mascarillas, de gafas, de material protector, y ya son, a día de hoy, más de 5.400 los que han sido contagiados por el fuego que combaten. Produce un desaliento descriptible -por lo hondo, por lo intenso, por lo doloroso- ver a ese personal, cualificado y valiente, arreglarse con el plástico de los sacos de basura y con esparadrapo para poder confeccionarse un traje protector. El decimocuarto país del mundo desarrollado no tiene botas para la infantería que ha de despachar al enemigo virulento.  

Eso sí, aplaudimos a las ocho de la tarde, pero a una de esas heroínas, una enfermera, que tiene dos padres ancianos, de 89 y 85 años, que viven con un hijo de 57 discapacitado, aprovecha un respiro para hacerles la compra, pide a su hija que le acompañe para subir las bolsas, porque en la vivienda no tienen ascensor, y la Policía le multa. Lo cuenta Luis F. Durán en El Mundo. La enfermera se echó a llorar, pero el policía, implacable, la multó. De manera tan legal como estúpida, tan legal como imbécil e injusta. Eso sí que es para echarse a llorar.

Por otro lado, la consejera de sanidad de Valencia achacó el contagio del personal sanitario a que viajan mucho y, claro, tanto viajar, contraen el virus. Luego, rectificó, pero primero el “yo no he sido”. O una multa, como le sucedió a la enfermera. O una destitución, como ha sufrido la doctora Eva Maquieira, del hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo, destituida porque se quejó por la falta de protección en su página personal de Facebook, (¿¡!?) no por mala praxis médica, no por faltar al trabajo, no por nada grave, ni siquiera leve, sino porque hizo uso de su libertad de expresión, y las autoridades de su hospital confundieron el estado de alarma con el estado dictatorial. Lo que más me asombra es que el presidente de la Xunta ha avalado esta satrapía de libro, cometida en el hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo con la doctora Eva Maquieira. Pues muy mal don Alberto Nuñez Feijó, muy mal. Le he alabado en varias ocasiones, pero en esta ha demostrado usted la misma sensibilidad que un mejillón de la ría de Vigo ante un afinado coro de voces blancas.

No podemos estar aplaudiendo a las ocho, y mandando a los bomberos de la salud a que se quemen por falta de protección. O multándolos en las calles, o no proporcionarles la mascarilla e intentar ponerles una mordaza para que no hablen.