Luis del Val: "No, no me gusta el champagne, pero me gusta menos la sangre derramada"

La moción de censura en Pamplona que ha dado la alcaldía a Bildu, en la fotografía de Luis del Val en Herrera en COPE de este viernes 29 de diciembre de 2023

Luis del Val

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No me gusta el champagne, ni el cava, ni, en general, las bebidas con burbujas, pero reconozco que su color y la copa aflautada, y la literatura alrededor de una bebida -que nació por estar a punto de echarse a perder, a causa de un mal embotellado- posee una seducción mundial, y está asociada al éxito.

Contemplaba ayer la copa de champagne, en manos del nuevo alcalde de Pamplona, y me imaginaba a las burbujas del dióxido de carbono trepar hasta la superficie, como ha trepado Bildu hasta hacerse con el municipio de la capital de Navarra.

Abajo, en la plaza, miles de personas participaban del éxito de un partido que, según Pedro I, el Mentiroso, es progresista.

Para ser progresista, ya no hay que pasar por la Facultad de Ciencias del Progresismo, sino, simplemente, que te proporcione el carnet otra persona autoproclamada progresista.

Bildu ha progresado tanto que, en lugar de matar para conseguir la independencia del País Vasco y Nafarroa, como intentaba ETA, ahora se limita a hacer pactos con los socialistas para alcanzar las alcaldías.

He dicho miles de personas y no exagero, como tampoco exagero que, en el mes de mayo de 1998, en esa plaza y sus alrededores, se concentraron, no miles, sino decenas de miles de pamploneses, indignados por el asesinato de uno de sus concejales, Tomás Caballero, al que dos etarras le dispararon a la cabeza, a las 9.15 de la mañana.

Una de las balas quedó alojada en el cerebro y, una hora después, fallecía en un hospital que nada pudo hacer por él.

El delito de Tomás Caballero fue ser concejal del Ayuntamiento de Pamplona, y, por cierto, padre de quien llegaría a ser la alcaldesa a la que ayer despacharon.

No, no me gusta el champagne, pero me gusta menos la sangre derramada, y constatar lo rápido que se seca y desaparece de la memoria, y lo progresista que es, al parecer, no condenar los asesinatos de ETA y auparse sobre ellos.

Y me pareció escuchar una jota, cuando el actual alcalde estaba empeñado en imponer la ikurriña y el euskera, una de esas coplas que nacen del pueblo y que, como decía Machado, cuando las canta el pueblo, coplas del pueblo ya son.

Y decía así la jota: “El escudo de Pamplona, /ya no enseña las cadenas…/ las tapan con la ikurriña:/ ¡Ay, navarrico, qué pena!”.

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