Del Val, a su padre: "Ayer, en el Congreso, pusieron en duda que tuvieras una muerte digna"

Sobre su padre en este día tan especial, y sobre la Ley de la Eutanasia habla el profesor en su 'fotografía'

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Del Val, a su padre: "Ayer, en el Congreso, pusieron en duda que tuvieras una muerte digna"

Luis del Val

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Dicen que un hijo no comprende a su padre hasta que tiene hijos, y como ya mis hijos los tienen, quisiera enviarte un reconocimiento, papá, porque ayer, en el Congreso, pusieron en duda que tuvieras una muerte digna.

Es cierto que me apenaba tu mirada escrutadora de los días finales, intentando desvelar la niebla que emborronaba los recuerdos de tu vida, y la alegría que notaba en tus ojos cuando, tras un denodado esfuerzo, localizabas mis facciones de hombre ya maduro, y descubrías, tras mis arrugas, al chico al que enseñaste a ir en bicicleta. También es cierto que hubo ya momentos en que tu mirada estática perdía interés, abandonaba cualquier esfuerzo, y se perdía en un horizonte que sólo tu sabías, en un viaje hacia ninguna parte, porque el pasado había apagado la luz del almacén de la memoria, había cerrado la puerta y, luego, había tirado la llave a cualquier sitio imposible de encontrar.

Pero tuviste una muerte digna. Había una enorme dignidad en aquella habitación, cuando mi madre, tu esposa, tan anciana como tú, retiraba el plato con los restos de la comida que te había llevado a la boca, y te ahuecaba la almohada, con esa energía que le acompañó hasta más allá de los cien años.

Era digna tu apariencia, después de que te ayudaran a vestirte, y fue digna tu callada despedida, y quizás fueron menos dignas mis espaciadas visitas a Zaragoza, porque me desazonaba esa mirada de no saber quién eras. Sí, papá, tu muerte fue tan digna como tu vida, una vida en la que, en plena juventud, te pusieron un fusil entre las manos y te enviaron a una guerra que tú no habías organizado, a matar o a morir, como fue digna la vuelta, con esa vieja medalla de contumaz donador de sangre en los hospitales de campaña.

¡Y qué dignos los esfuerzos para sacar adelante a la familia, en los tiempos más duros de la posguerra, y qué admirables las renuncias materiales a las que te sometiste para que yo pudiera estudiar!

Ayer, papá, en el Congreso de los Diputados, pusieron en duda que hubieras tenido una muerte digna, y se me revolvieron las tripas del alma, y quiero decirte, allá dónde estés, que tu muerte fue tan digna como esa vida de renuncias, mucho más digna, desde luego, que esos aplausos alborozados, de esos diputados que han convertido la metáfora freudiana de matar al padre en un acto legal. Y te pido perdón, por ellos, y te doy otra vez las gracias, papá.

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