Luis del Val: "La última gran revolución feminista no la propició ninguna ley sino la II Guerra Mundial"

"Esa soberbia sempiterna de todos los partidos políticos que creen que con una ley cambiarán a la sociedad", dice el profesor 

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Luis del Val: "La última gran revolución feminista no la propició ninguna ley sino la II Guerra Mundial"

Luis del Val

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Todos hemos dicho, en alguna ocasión, que nos habían suspendido, porque el profesor nos había pillado manía, pero vaya en nuestro descargo que teníamos once o diez años, la misma edad en que escuchamos la cantinela pronunciada por nuestros hijos a parecida edad. Lo que produce un cierto pasmo es que estas cosas las digan personas mayores de edad, y que ocupan cargos de responsabilidad en el Gobierno y en el Parlamento.

 Ayer, precisamente, estuve comiendo con un catedrático en Derecho Penal -ya retirado, pero sus libros siguen vigentes- y me comentó lo fundamental que han sido las reformas del Derecho Penal, que han marcado hitos en la evolución de la sociedad española. Frente a esto, ver a un grupo de mujeres de prestigio, según dice Echenique -de prestigio en sus casas, me imagino- correr como si esto fuera una carrera de sacos para tener a punto una reforma del Código Penal, igual que si se tratara de tener el vestido a punto para ir a una boda, me parece de una superficialidad que no nos merecemos, porque de esas reformas sale la libertad o la cárcel para los ciudadanos, y si van a ser unos meses o unos años. Algo tan serio no se puede tratar con la frivolidad de elegir una tarta de cumpleaños, porque estas cosas no son para un día, sino que tienen vocación de durar, e ir con urgencias, como si se te pasara la hora del botellón, es de una irresponsabilidad que me produce temor, porque de estos irresponsables salen las reglas que tendremos que cumplir.

Luego, esa soberbia sempiterna de todos los partidos políticos que creen que con una ley cambiarán a la sociedad. Ahí tienen las tropecientas leyes educativas del PSOE, engordando el fracaso escolar, o las leyes de violencia de género, que no disminuyen el número de delitos, o el aumento de multas de tráfico, porque lo que influyen son los anuncios dirigidos a los conductores, mucho más que los límites de velocidad.

 La última gran revolución feminista no la propició ninguna ley, ni ningún movimiento feminista, sino la II Guerra Mundial. Cientos de miles de mujeres tuvieron que ocupar el lugar de los hombres en las fábricas, en los despachos, en los campos. Y terminada la guerra, el capitalismo, que no es tonto, se dio cuenta de que era insensato desaprovechar esa tremenda fuerza laboral, y las mujeres siguieron yendo a los despachos y a las fábricas, y se dieron cuenta de que, a mejor formación, mejor sueldo. Pero esa gran evolución, que comenzó en los años cuarenta del pasado siglo, no fue consecuencia de una ley, sino del pragmatismo de una sociedad y de la estrecha colaboración de hombres y mujeres, que son quienes componen esa sociedad. Lo más parecido a un hombre tonto es una mujer tonta, e intentar regular estrictamente las relaciones humanas, sean homosexuales, heterosexuales o mediopensionistas es introducirse en un terreno que es bastante más complejo y poliédrico de lo que los cofrades de la tontería contemporánea creen. Y les resultará tan frustrante como intentar regular los sentimientos con un Código de Circulación del Amor.

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