La Iglesia no suelta la mano de las personas más vulnerables

El monólogo de Irene Pozo en La Linterna de la Iglesia

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Seguimos pendientes de las consecuencias que el temporal ha dejado en muchos puntos del país, especialmente en aquellos lugares que se han visto más afectados tras el paso de la DANA, como es la Comunidad Valenciana.

Precisamente en este domingo donde celebramos la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa nos llama a prestar una atención espiritual más profunda hacia quienes no sólo necesitan apoyo material, sino también el acompañamiento de quienes puedan ser un signo tangible de escucha y cercanía.

Pienso en todas las víctimas y personas afectadas por esa DANA, y en las consecuencias, las heridas y el tiempo que se va a tardar en recuperar y en recomponer todo y a la cabeza se me viene la Iglesia. Porque ya lo hemos vivido en otros momentos, a la larga, es la Iglesia la que no suelta la mano de los más vulnerables…

Ahí estaba, como una más, hace dos semanas cuando todo comenzó, y ahí sigue y seguirá; y en medio de todo aquellos que, a través de su sufrimiento y humildad, nos invitan a vivir el verdadero Evangelio, que no se centra en el lujo ni en el poder, sino en la misericordia, la solidaridad y la fraternidad.

Ser pobre hoy significa vivir en una situación de vulnerabilidad que va más allá de la falta de recursos materiales. La pobreza se manifiesta de diversas formas: económica, social, cultural, e incluso espiritual. Muchas veces los pobres son aquellos que no tienen acceso a la educación, a la salud, a un trabajo digno o a una vivienda adecuada. Y también los que, en muchas ocasiones, son ignorados o excluidos por la sociedad, una forma de marginación que afecta profundamente a la dignidad humana.

En esta Jornada Mundial de los Pobres, toca mirar a la caridad, entendida en su sentido más profundo, como un camino de evangelización. Porque no se trata solo de dar algo material, sino de acompañar en su sufrimiento y construir junto a ellos una relación fraterna y humana. Ahí radica precisamente el poder transformado. Ayudar a los pobres no solo es un acto de justicia social, sino un medio para evangelizar, para vivir y dar a conocer el amor de Dios en un mundo que muchas veces se olvida de los más necesitados.