Jorge Bustos: "Hay que decir que la carrera de Biden merece un adiós agradecido"
El presentador de La Linterna repasa los méritos del expresidente de EEUU en el día del estreno de Kamala Harris en la convención demócrata
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El Partido Demócrata ha inaugurado su convención nacional en una atmósfera de júbilo que contrasta con el sentimiento dominante hace solo un mes. A mediados de julio el atentado del que Donald Trump salió apenas con un rasguño en la oreja lo catapultó a la cima de las encuestas. Su carisma se había reforzado y su reelección parecía cosa hecha.
Enfrente estaba un desnortado y senil Joe Biden (Sleepy Joe, se burlaba Donald), que se negaba a abandonar la campaña después del catastrófico cara a cara televisivo contra el candidato republicano. Pero la presión conjunta de la prensa progresista, de algunas estrellas de Hollywood, de las figuras más respetadas del partido (con los Obama a la cabeza) y finalmente de la propia familia Biden terminaron surtiendo efecto: el bueno de Joe comprendió al fin que su empecinamiento era un suicidio electoral y la mejor baza de Donald Trump.
El caso de Joe Biden me recuerda, con todas las obvias diferencias, al caso de Pablo Casado. El americano resultaba demasiado viejo para el puesto, y el español seguramente resultaba demasiado joven. A uno lo sacrificó su partido para aspirar a retener el poder, y al otro para aspirar a reconquistarlo. Ambos se obsesionaron con su supervivencia personal, y al hacerlo se olvidaron de que todo líder se vuelve contingente en el preciso momento en que su partido lo identifica con un obstáculo para tocar poder.
Porque eso son los partidos políticos: maquinarias de consecución y conservación del poder. Un partido sin poder es una jaula de carnívoros de circo: si no se les alimenta, se terminarán comiendo al domador. ¿Y sabes qué? No es malo que eso suceda. Si un partido no es capaz de deshacerse a tiempo de un liderazgo tóxico, está condenado a la extinción. Eso exactamente es lo que les está pasando al PSOE, pero solo se dará cuenta cuando pierda La Moncloa.
Y así fue como el Partido Demócrata quedó súbitamente descabezado. Y entonces proliferaron las quinielas. ¿Quién sustituiría al bueno de Joe? Un partido que no soluciona rápido su crisis de liderazgo corre el riesgo de guerra civil. Conscientes de ese grave peligro, los demócratas, como por cierto también hizo el Partido Popular en España, zanjaron la sucesión a toda velocidad: la candidata debía ser la vicepresidenta Kamala Harris.
De pronto esa mujer que había sido escondida por la propia Administración Biden, y criticada por su falta de talento político por la propia prensa progresista, fue ungida como la heredera perfecta. El propio Biden la había señalado en su tuit de despedida y el partido cerró filas con ella. Y con el partido, los medios de línea editorial demócrata. Desde entonces hasta hoy, la popularidad de Harris no ha hecho más que crecer. Y los ataques erráticos y torpes de Trump no hacen más que agigantarla en los sondeos.
Ahora bien: la carrera es larga. Falta mucho todavía para noviembre. Y Kamala sigue siendo una incógnita en muchas cosas.
Ha probado que sabe dar mítines inspiradores para los suyos. Pero ni ha afrontado un debate cara a cara con Trump, ni se ha expuesto a entrevistas incisivas de periodistas independientes, ni ha abanderado un programa de gobierno reconocible. El problema de las burbujas de popularidad es ese: que sean burbujas. Efímeras y frágiles como las burbujas. Más allá de la sonrisa perfecta de doña Kamala, de su buena presencia, de su género y de su raza, cabe preguntarse si es una auténtica líder. Los próximos meses despejarán esa incógnita.
Por lo demás, las imágenes que nos llegan de Chicago, sede de la convención demócrata, mueven a la duda. ¿Estamos ante un entierro o ante un bautizo? Por momentos parece que el Partido Demócrata está celebrando antes las exequias políticas de Biden, con todos los honores debidos a quien por fin aceptó apartarse y dejar paso, que el bautismo de Kamala. Hay que decir que la carrera de Biden merece un adiós agradecido.
Más de medio siglo de servicio a la nación y una vida personal trufada de desgracias: perdió a su primera mujer y a su hija en un accidente, después se le murió de cáncer el hijo mayor y tiene uno más enganchado a las drogas. El balance de su mandato no es malo, y en todo caso pasará a la historia americana como el hombre que frenó una vez a Trump y que para frenarlo por segunda vez acabó aceptando su propio sacrificio.
Ahora el testigo lo tiene Kamala Harris. Las encuestas le conceden una ventaja inconcebible hace solo un mes. Desde luego, hay partido. Pero todavía tiene que demostrar, por sí misma, que merece convertirse en la primera presidenta de los Estados Unidos de América.