Diego Garrocho: "Dicen que la gente ya no cree en nada, pero a mí empieza a darme miedo la ceguera con la que creen algunos"

El profesor de Filosofía reflexiona sobre los fanáticos en la actualidad y aquellos “dispuestos a dilapidar su prestigio a cambio de nada”

Redacción La Linterna

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¿Quiénes son los representantes y quiénes somos los representados? En un orden normal cabría esperar que fueran los políticos quienes representan a la ciudadanía. De hecho, esa es una de las funciones esenciales de las magistraturas públicas electivas. El pacto civil establece que los ciudadanos vayamos a las urnas para elegir a aquellos que nos representan legítimamente. Y tras esa elección, la ciudadanía tiene la potestad de exigir y fiscalizar la manera en la que los políticos ejercen esas funciones delegadas. 

Bueno, así debería ser en un contexto normal. Pero ya sabemos que los tiempos se han vuelto un poco raros. Ahora los matones reconocidos por insultar a sus adversarios hablan pomposamente de los cuidados. Los hijos de papá nos dan clases de meritocracia. Y los tertulianos a sueldo de partidos políticos nos dan también clases de independencia y coraje profesional. Es como aquella cancioncilla que cantábamos de chicos en las que decíamos aquello de 'por el monte corren las sardinas'.

En este mundo al revés, también se ha invertido la forma en la que se da la representación pública. Si antes eran los políticos los que representaban a los ciudadanos, ahora nos encontramos con personas tan fanatizadas que se sienten ellas mismas representantes de los políticos. Cualquier ingeniero o enfermero ahora es además abogado de las causas de los pobres. Fíjense con qué celo defienden a su concejal o a su ministro. Con qué ánimo olímpico se lanzan algunos a defender la ignominiosa conducta de su político favorito.

De pronto uno se encuentra a un catedrático defendiendo eventuales delitos cometidos por políticos o retorciendo las reglas mínimas del Estado de Derecho con tal de salvaguardar la reputación de los suyos. Me sorprende que haya personas dispuestas a dilapidar su prestigio a cambio de nada, ya que en el fondo ni siquiera creo que a todos estos acólitos el poder les agradezca lo suficiente sus favores. Hay servicios que no están pagados. Y lo más increíble de todo es que a veces, literalmente, la gente se inmola gratis et amore.

Dicen que la gente ya no cree en nada, pero creo que no es cierto. A mí lo que empieza a darme miedo es la vehemencia y la ceguera con la que creen algunos. Ya quisiera yo que los políticos nos defendieran con la misma fe y con la misma energía con la que el ciudadano fanático o el periodista de bufanda deciden protegerles a ellos.