Diego Garrocho: "Que el Gobierno haya sido incapaz de suspender el pleno del Congreso para consumar su asalto a RTVE es algo que quedará para la historia"

El profesor de Filosofía responde a la pregunta sobre qué es lo que hemos aprendido a raíz de una tragedia como la de la DANA

Diego Garrocho
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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Pues la catástrofe humanitaria que ha provocado el paso de la DANA por la Comunidad Valenciana, por Castilla-La Mancha y por Andalucía, nos obliga a enfrentar un dolor que tiene que ver con lo inexplicable. En otro tipo de tragedias podemos buscar culpables y podemos imputar a la injusticia de los hombres los daños generados con la expectativa, quizá, de poder reparar ese daño. 

Sin embargo, cuando es la naturaleza la que golpea tan brutalmente, cuando las víctimas lo son por un accidente imposible de imputar a ningún culpable, al dolor se suma una incomprensión que casi frisa con el misterio. Los desastres naturales sirven también para evidenciar la propia naturaleza humana.

De una parte se constata nuestra condición precaria y vulnerable, recordándonos que somos extraordinariamente frágiles y que quizá por ello la protección mutua y la solidaridad son los únicos remedios que tenemos como especie. Pero, en un contexto tan trágico como este también se explica nuestra propia miseria. Una miseria como la que hoy hemos visto ejercer a tantos políticos que se han atrevido a intentar sacar rédito personal del dolor de tantas familias.

Que el Gobierno se haya mostrado incapaz de suspender el pleno del Congreso para consumar su asalto a RTVE es algo que quedará para la historia de nuestro parlamentarismo. Las situaciones extremas expresan también nuestros rasgos extremos y en las próximas horas veremos casi seguro lo peor y lo mejor del ser humano.

En 1975, un terrible terremoto destruyó Lisboa generando miles de víctimas. Aquella tragedia cambió para siempre nuestra manera de ver el mundo y filósofos como Voltaire, Rousseau o Kant se sintieron obligados a reflexionar sobre una naturaleza que inexplicablemente a veces nos castiga y que desafía ese optimismo con el que hasta entonces se había observado la realidad.

“¿Cómo es posible que un Dios bueno permita que hombres y mujeres padezcan?” Se preguntaban los filósofos de entonces. ¿Cómo podemos justificar un mal que no nace del libre arbitrio humano? ¿Cómo entender, a fin de cuentas, un dolor radical e inexplicable sin cometer ese absurdo que es moralizar la naturaleza? Esas son las preguntas que se hicieron los pensadores del siglo XVIII y desafortunadamente si contemplamos la tragedia humana que ha causado esta DANA, estos interrogantes siguen teniendo perfecta vigencia en nuestros días.

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