Diego Garrocho: "Nunca se fíen de alguien que le debe todo a una persona, sobre todo si esa persona es su jefe"

El profesor de Filosofía reflexiona sobre las voces dentro del Partido Socialista que denuncian casos de "deslealtad" en la formación

Diego Garrocho en 'La Linterna'
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Redacción La Linterna

Publicado el - Actualizado

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¿Es la lealtad siempre una virtud? Jabría que distinguir antes entre la lealtad y el vasallaje, porque la lealtad es una actitud que, incuestionablemente, goza de buena prensa. Sin embargo, en algunas ocasiones, esa buena fama sirve de coartada para forzar a las personas a ejercer un servilismo que es contrario a cualquier virtud. 

En las últimas semanas, y al hilo de las voces críticas en el Partido Socialista, rápidamente se ha tildado de desleal a todo aquel que cuestione las verdades oficiales. Pero ¿a qué y con respecto a qué o a quién se debería ejercer la lealtad en política? Un político puede ser leal a sus principios, a su patria, a sus ideas, a las siglas del partido en el que milita o a los intereses de sus superiores.

El ejemplo de Trump y Pence

Pero pensemos en un ejemplo. Hace algunos años, Donald Trump instó a su subordinado Mike Pence, entonces presidente del Senado estadounidense, a intentar revertir el resultado electoral que daba la victoria a Joe Biden. Pence se vio en la tesitura de tener que elegir. Tuvo que decidir si ser leal a su jefe y valedor, o por el contrario, ejercer esa lealtad en favor de la legalidad y de la democracia, no cumpliendo así el imperativo de un superior. Si Pence hubiera sido un subordinado fiel y leal al jefe, la historia de los Estados Unidos sería otra y estoy seguro de que el tiempo habría acabado condenándolo como a buen seguro hará con Donald Trump.

El seguidismo que imponen los superiores tiránicos fue de hecho paradigmáticamente descrito por Himmler, el general plenipotenciario del Tercer Reich, quien alardeaba, ojo a la frase, de que su honor era su lealtad. El hilo de este siniestro disparate, Hannah Arendt, recordó en 1951 que uno de los rasgos distintivos de los movimientos totalitarios es, precisamente, esa lealtad total, irrestricta e inalterable.

Cuidémonos, por tanto, y elijamos a quienes damos la palabra, pero no olvidemos que la verdadera traición en política es la traición a los principios. En una democracia no tienen que ser libres solo los ciudadanos, también deben ser libres nuestros representantes, unos representantes que ojalá no tengan otra deuda secreta que la que contraen con los representados. Nunca se fíen de alguien que le debe todo a una persona, sobre todo si esa persona es su jefe.

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