La emoción de Miguel en Algemesí al ver quién ha conseguido que su hijo pueda salir de casa tras 3 semanas encerrado: "Gracias a ellos"
Expósito cuenta la historia de David, un joven de 21 años que ha tenido que estar hasta 21 días en su casa sin salir tras el paso de la DANA
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El tiempo se paró el martes 29 de octubre en Valencia. Daba igual si era sábado, domingo o lunes. Tampoco la hora. Sólo importaba si había luz o no para seguir sacando barro y limpiando cada rincón de las calles y de las casas. Padres, abuelos, niños, empujando un rastrillo como podían, incluso algunos lo siguen haciendo.
Hay cosas que se van arreglando, que van mejorando, pero queda mucho por hacer. Por eso hay personas que han tardado semanas en volver a salir a las calles. Y no por no querer, sino por no poder. Personas, como David, han vivido encerradas durante semanas en sus casas, y su historia la ga contado desde Algemesí el propio Expósito, que se ha trasladado hasta la zona cero con todo el equipo de la Linterna en el día en el que se cumple un mes de la riada.
Miguel y la situación de su hijo en Algemesí
Amparo y Miguel son los padres de David. Un chaval de 21 años con parálisis cerebral que esta semana por fin ha podido bajar a la calle en Algemesí. Tiene una discapacidad de más del 75%, sufre parálisis cerebral desde que nació. Entiende lo que le dicen, pero no puede hablar y tampoco se puede mover.
La noche de la DANA la vivió en casa, no fue al centro de día al que va de lunes a viernes porque las previsiones no eran buenas. Su vida nunca corrió peligro al vivir en un sexto piso pero, claro, no funciona el ascensor, y por eso ese sexto piso ha acabado siendo un auténtico mal sueño, tal y como nos cuenta su madre Amparo.
“Claro como él a nivel cognitivo, más o menos entiende todo, estaba encerrado ya tres semanas en casa y era un sinvivir, se pasaba el día mirando la tele”, cuenta Amparo, su madre, en La Linterna. “No podía hacer nada más, los demás bajamos a quitar barro, porque aunque casa no nos ha cogido, nos ha pillado el trabajo de mi marido garajes, colegio... Tenía que ir también, ha sido durito y él lo ha aguantado todo como un campeón”, recuerda emocionada a Expósito.
“Se pone a gritar”
Su casa tiene balcón, pero tampoco es bueno airearse durante mucho tiempo porque el polvo que se levanta le provoca dolor en los ojos y en la garganta. Tenían que pedirle ayuda a la abuela recién operada del pie para que ellos pudieran avanzar en todo lo demás. La señora, subiendo y bajando seis pisos, porque David no se podía quedar solo.
Su madre cuenta en los micrófonos de COPE que su hijo antes de la DANA “era capaz de quedarse a lo mejor una mañana un par de horas solo”. “Su padre trabaja cerca, entonces iba y venía”, asegura. Pero desde que ha pasado la catástrofe “no puedes irte, se pone a gritar, no quiere estar solo”.
Quién ayuda a David y a sus padres
Esta situación evidentemente no se podía sostener y había que hacer algo. El ascensor seguía sin funcionar, sin arreglar, y David llevaba tres semanas sin ver la luz del sol. Fue en ese momento cuando la Asociación Valenciana de Ayuda a la Parálisis Cerebral (AVAPACE) habló con sus padres para encontrar una solución.
Están al lado del Barranco del Poyo y también tardaron mucho en abrir su centro, pero en el minuto que abrieron, llamaron a Amparo para decirle que “a David hay que traerlo ya”. “No se podía, no se podía, entonces ellos han sido los que llamaron al Ayuntamiento Asistencia Social, le dijeron que había mucha demanda, que estaba muy saturado, que había que priorizar, entonces le dijeron que nada”.
Entonces, se obró el milagro: “Cuando se pusieron en contacto con Cruz Roja, que les abrieron los brazos enseguida. Y, de hecho, habló viernes y lunes estuvieron aquí, a bajar a David”, explica su madre. Gracias a ellos David ha vuelto a bajar a la calle más de tres semanas después. Gracias a la fuerza de los chicos de Cruz Roja y de sus servicios de emergencia que facilitan el día a día de muchas personas. Ya sea a hombros, con ayuda psicológica o con instrumentos como la silla oruga que podemos ver en algunos puntos de Valencia.
A su padre, Miguel, se le ilumina la cara cada vez que recuerda el momento en el que vio a su hijo respirar aire fresco. Son esas pequeñas rutinas que valoras cuando las pierdes. “El lunes a las 8:30 no se lo creía, se salía de la silla. Porque la noche del domingo ya le costó dormir porque sabía que el lunes iba a salir y estaba súper emocionado, y cuando se emociona está más duro y para cambiarlo y todo te cuesta más”, explica su padre embriagado por la emoción.