Luis del Val: "Que los dioses del fuego tengan misericordia de nosotros, sus nietos"

El periodista reflexiona sobre la actividad de los volcanes 

Luis del Val

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Fíjate, siempre solía decir que el principio de la vida es el agua, pero cuando visité por primera vez el Parque Nacional de Timanfaya y caminé por las cercanías de las montañas de fuego, me di cuenta de que antes, mucho antes que el agua, estuvo el fuego. Y el agua seguirá siendo la madre de la vida al formarse en ella el primer aminoácido, pero nuestro abuelo es el fuego que hay en las entrañas de la tierra y que de repente escupe su enorme potencia como ocurrió no hace mucho en la isla de La Palma. Sí, tenemos ahí el Teide, pero el Teide parece demasiado civilizado, como si se hubiera resignado a la jubilación, mientras que en Timanfaya, en ese espacio de polvo y lava, sientes las huellas de esa inmensa caldera de brasas en movimiento que hay en el interior del planeta en el que vivimos. 

Recuerdo una conversación con mi amigo Manuel Toaria, a raíz del propio nombre, Timanfaya, que significa montaña que supura. Una denominación cortés, porque el llamarle supurar a esa explosión de gases, de movimientos sísmicos y de lanzamiento de lava encendida hacia el cielo para bajar a la tierra y abrasar todo a su paso, se me antoja excesivamente suave.

Otra de las características de las actividades volcánicas y sísmicas es la falta de medios fiables para detectar la actividad del estómago del planeta, como hemos escuchado antes. Podemos predecir aproximadamente cuál será la ruta de las nubes por la atmósfera hasta en un par de semanas. Pero somos incapaces de adivinar si ese leve temblor es víspera de algo mucho más rotundo o una ligera acomodación del fuego. Y ya mucho menos si en el fondo del mar se producirá una violenta sacudida que derivará en un tsunami. Por tierras de México, donde saben mucho de volcanes y terremotos, el poeta Víctor Toledo escribió 'Canto de la Ceniza', que comienza así: "Voló el volcán, cantó muy alto, lavó laderas con su lava, borró las heras, los labios, las labores, y la banderas del crepúsculo pusieron a secar el fuego con pájaros pinzones. Las ropas del cielo diluidas, goteando luces carcomidas, ceniza de la luna fragmentada". En fin, ángel, que los dioses del fuego tengan misericordia de nosotros, sus nietos.