El origen de las dos Españas

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El 29 de abril de 1833, desde su exilio en Portugal, Carlos María Isidro, hermano del Rey Fernando VII, anunciaba a este su decisión de no jurar a la niña Isabel, hija del monarca, como Princesa de Asturias y heredera al trono. Con ello el cisma de la casa real española se hacía insalvable. A la muerte del Rey, dos pretendientes, la joven Isabel y el propio Carlos, que tomaría el nombre de Carlos V. Comenzaba el conflicto entre carlistas e isabelinos, que condensaría el que enfrentaba a liberales y absolutistas durante más de un siglo.

Más que volver al despotismo ilustradores siglo VIII, el Carísimo aspira al retorno a la sociedad tardomedieval de los Reyes Católicos, con sus fueros y gremios. Las entonces llamadas Vascongadas o Navarra, donde el foralismo aún permanecía vivo y pujante, serán dos territorios clave donde el Carlismo prenderá con fuerza en estos territorios, haciendo suya la lucha por la supervivencia de los fueros y franquezas de origen medieval. De esa asociación nacería, tras nada menos que tres guerras civiles en el siglo XIX -las llamadas Guerras Carlistas- el nacionalismo vasco de Sabino Arana.

Con sus boinas rojas, su dinastía proscrita, en la que brilla con fuerza el nieto del primer pretendiente, el llamado Carlos VII, el Carlismo, como dijo Valle Inclán, tenía el encanto de las grandes catedrales góticas. Nunca suficientemente poderoso como para imponerse, nunca débil como para ser derrotado, se convertirá en una tradición política alternativa, con su rica nómina de líderes e intelectuales. Vázquez de Mella, Fal Conde, Gregorio Balparda.

En la Guerra Civil el Carlismo puso en armas a miles de combatientes, los llamados requetes, pero aquella llama se extinguió con la Unificación de las fuerzas que conformaban el bando nacional, decretada por Franco, y por las disputas internas sobre el futuro de la causa, ante la extinción de los sucesores directos de Carlos María Isidro.

Con todo, al Carlismo aún le quedaban excisiones por delante, tanto dinásticas como ideológicas, que en los setenta dieron lugar incluso a un Carlismo socialista, mientras que desde 1957, con el Pacto de Estoril muchos carlistas se sumaron a la causa de Juan de Borbón.