"Hemos demostrado al mundo lo peor de nosotros mismos, lo peor del desgobierno, lo peor de una España rota por bandos y por partidos"
Ángel Expósito analiza en La Linterna las consecuencias de la DANA desde un punto de vista que intenta demostrar el comportamiento de la clase política tras lo sucedido
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La catástrofe de la DANA en Valencia ha demostrado que el Estado está desnudo. Que no hacemos más que mirarnos el ombligo con sandeces, con políticas de quinta, pero que a la hora de la verdad hemos mostrado al mundo todas nuestras vergüenzas. La gestión de la catástrofe ha sido otro desastre añadido a la propia DANA.
Hace una semana éramos otros, que si Errejón y sus guarradas, que si Ábalos y sus amigas, que si el fiscal general del Estado y su bochorno, Begoña y sus chanchullos, el brother artista que sigue desaparecido y de repente hace una semana el cielo literalmente se abrió y desató una infinita gota fría, seguramente imprevisible en sus magnitudes y en sus consecuencias.
Una semana después hemos de reconocer que a la hora de la verdad la España y las autonomías es un disparate, que el Estado no funciona y que con este gobierno menos. Nos hemos pasado en el descontrol competencial, en el reparto de poder, en el caos de las influencias. ¿Aquí quién manda? ¿Cuándo hay que liderar la reacción a la catástrofe hay alguien ahí? ¿El presidente del gobierno duerme tranquilo desde hace una semana hasta hoy?
Hemos demostrado al mundo lo peor de nosotros mismos, reconozcámoslo, lo peor del desgobierno, lo peor de una España rota por bandos y por partidos, rota de dolor y rota por territorios. El desastre, seguro, fue imposible de prever en gran medida, pero luego se alertó mal, si es que se lanzaron las alertas, se reaccionó peor, se reaccionó fatal. La gestión de los días posteriores y yo he estado allí, ha sido lamentable. No se midió la magnitud de la catástrofe ni antes ni durante, pero ¿y después?
La cruda realidad es la de un Estado que no funciona, un reino de taifas, de reparto de poder entre partidos, entre administraciones, entre virreyes y sus camarillas. No somos un Estado del primer mundo, insisto, reconozcámoslo. La tardanza en el despliegue del ejército, las imágenes de los miles de voluntarios andando con palas y cubos, las escenas del domingo por la mañana son muy parecidas al tercer mundo. Junto a lo anterior, lo peor de lo peor, por supuesto, es que se han tenido que morir cientos de personas ahogadas en el barro y en el terror para darnos un bofetón de nuestra inútil realidad política y administrativa.
Ha tenido que morir tanta gente que seguimos muy lejos de saber cuántos fueron sepultados por el lodo, arrastrados incluso hasta el mar. ¿Te imaginas morir así? Y todo ello con un gobierno más pendiente de su ombligo que de las víctimas, de la imagen, el maquillaje y el planchao del señor presidente, más que de la ruina de cientos de miles de personas en Valencia.
Y me imagino a los cientos de asesores, a los miles de pelotas pensando en el próximo discurso, en la siguiente pose de su sanchidad, en cómo fingir un mínimo de empatía con las familias de los muertos, con las familias de los desaparecidos, cuando no tiene esa empatía. Y es que la cercanía, como el valor y la sinceridad la que demostró ayer el rey, eso no se puede fingir.
Ah, y mi postdata. De las imágenes de ayer, yo me quedo con el rey sosteniendo la dignidad que quede. La poca dignidad que le resta a esta especie de estado fallido. Entre gritos sobre el barro, aguantando la ira desesperada y descontrolada de tantos arruinados, el rey ahí estuvo, a la vez que el presidente del gobierno se lía por patas. Porque en efecto, no puede salir a la calle y menos aún puede pisar el barro. Eso sí, no se le vayan a manchar los zapatos impolutos de su sanchidad.