"Óscar Puente tiene algo que admiro: no se esconde; y eso contrasta con la cobardía de su jefe"
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Voy a empezar este monólogo defendiendo a Óscar Puente. De todos los exponentes del sanchismo, a pocos habré criticado con tanta dureza como a Puente. El ministro de Transportes es un hombre complicado, un político pendenciero y un tuitero incontinente. Su perfil público es hoy una mezcla muy acusada de incompetencia y sectarismo. Pero tiene algo que admiro: no se esconde jamás. No tiene miedo a dar la cara. Y esa actitud, tan castellana, que a menudo confunde la valentía con la temeridad, contrasta con la doblez y con la cobardía de su jefe.
La misma mañana en que Pedro Sánchez se escondía detrás de Ángel Víctor Torres para no dar cuentas de un asunto tan espinoso y tan impopular como la crisis migratoria en Canarias, don Óscar comparecía en el Senado -es verdad que no por propia iniciativa sino a petición del PP- para intentar explicar el caos ferroviario de agosto, que también es un asunto espinoso e impopular.
La primera obligación de un político en democracia es rendir cuentas. Sobre todo cuando hay una enorme cagada humeando encima de la mesa, con perdón. Asumir su responsabilidad ante la opinión pública es lo que diferencia a un autócrata de un demócrata. Los mejores políticos no son aquellos que nunca se equivocan, sino aquellos que cuando se equivocan salen a dar explicaciones y logran, con humildad, que los ciudadanos comprendan todas las aristas de un problema, y terminen aceptando el propósito de enmienda de su responsable público.
A lo largo de estos seis años en el poder, Pedro Sánchez ha dado numerosas muestras de todo lo contrario. Cada vez que salta un escándalo o es noticia una decisión polémica forzada por sus socios, Sánchez desaparece. Cuando la ley del Sí es Sí empezó a soltar violadores, dejó sola a Irene Montero como si esa ley no llevara también la firma del presidente. Cuando se votó la infame amnistía en el Congreso, se ausentó del debate y se personó en el escaño un minuto antes de la votación.
Y cuando su esposa es investigada por corrupción y tráfico de influencias, se toma cinco días para pensar si los españoles somos merecedores de su persona. Eso sí: cuando le toca presidir el Consejo europeo, extiende la cola de pavo real y se exhibe para la foto en el Museo del Prado o en la Alhambra. Mira, yo no puedo con eso; lo siento, pero no puedo. No puedo con los jefes que siempre aparecen a la hora del confeti y se esfuman oportunamente cuando vienen mal dadas. Eso no lo hace un líder; eso lo hace un cobarde, y además un hortera.
Claro que a los políticos no les pagamos solamente para que rindan cuentas. También les pagamos para que solucionen problemas. O al menos para que no creen otros nuevos, o agraven los que ya existen. Ha dicho Puente que el sistema ferroviario español vive el mejor momento de su historia, y quien no lo vea así quizá es porque echa de menos a Franco.
Al final Óscar Puente no puede evitar hacer de Óscar Puente. Esta semana negó en un tuit que existiera ningún caos, pero hoy ha matizado que en todo caso ese caos está localizado y eso permitirá mejorar. También ha reconocido que la puntualidad ha bajado del 90% al 74%, pero dice que es por culpa del sistema, que “es muy complejo”. Y que tan mal no irán las cosas cuando los españoles no hacemos más que coger trenes.
Ahora imagina Chamartín abarrotado de viajeros afectados por retrasos, o el tren aquel averiado a 40 grados en un túnel, y que de pronto se oiga la voz de Puente por megafonía: “Lo siento, queridos usuarios, pero la vida es compleja”. Hombre, pues igual los contribuyentes hacinados allí no encajan muy bien el argumento. Igual. En fin, al menos el ministro ha arrancado la comparecencia pidiendo perdón.
Podría haberla acabado ahí.
Mira, no sé cuándo se producirá la próxima rueda de prensa de Pedro Sánchez. La última vez que compareció, y aceptó preguntas, dijo que España va como un cohete y no contestó a las preguntas porque le parecían “valorativas”. Se esconderá cuanto quiera, pero hay tres ces que van a amargarle la vuelta al cole.
La C de Cataluña, con Junts y Esquerra amenazándole con acortar la legislatura si no ejecuta ya el concierto fiscal insolidario. La C del desastre migratorio de Canarias. Y la C de corrupción. La corrupción del caso Koldo, por el que hoy han rodado las cabezas de dos altos cargos de Óscar Puente, y la corrupción del caso Begoña Gómez, por la que el juez Peinado ha ordenado registrar la casa de Barrabés, el empresario que ayudó a montar el máster de doña Begoña y que se benefició de sus cartas de recomendación y de más de 20 millones en contratos públicos.
Vuelve el sanchismo. Vuelve la ilusión.