El complicado rescate bajo el mar de una de las bombas de Palomares: "Se llegaron a usar dos submarinos"
Al igual que hizo en su momento Manuel Fraga, Fernando de Haro se ha bañado en las aguas del pueblo almeriense y ha hablado con testigos del accidente ocurrido en los años 60
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Rememorando lo que hizo en su momento Manuel Fraga, el copresentador de La Tarde, Fernando de Haro, se ha atrevido este miércoles a bañarse en las aguas de Palomares. Fraga, por aquel entonces ministro de Información y Turismo del franquismo, quiso con ese gesto demostrar que no había peligro en la zona, después de que el 17 de enero de 1966 cayera en este pueblo de Almería un bombardero B52 con cuatro bombas atómicas. Dos de ellas se rompieron y el plutonio se esparció por todo el pueblo.
¿Qué sucedió? Nos situamos en plena guerra fría. Dos aviones estadounidenses sobrevuelan el cielo, un bombardero estratégico B52 y un avión nodriza KC135, cargado con 90.000 litros de combustible. El B52 volvía de la frontera entre Turquía y lo que era la Unión Soviética, mientras que el avión que le iba a asistir con el repostaje procedía de la base de Morón de la Frontera. En pleno vuelo, a 10.700 metros de altura, los aviones chocan. De las cuatro bombas termonucleares que transportaba el B52, dos quedaron intactas, pero las otras dos cayeron sin paracaídas en un solar del pueblo y en una sierra cercana.
La situación no ha cambiado mucho desde entonces en este pueblo almeriense. Hay tierras que siguen contaminadas con el plutonio que quedó con los restos de las bombas dañadas. En su momento se instaló un campamento estadounidense para recuperar la bomba que cayó en el mar y remover algo las tierras contaminadas, no se hizo mucho más. Por ello, el Gobierno de España ha insistido de nuevo para que Estados Unidos retire estas tierras con restos aún de plutonio, tal y como concluyen varias mediciones en el terreno.
"Cayeron trozos por todos sitios"
Pascual Soler fue testigo de lo sucedido en Palomares. Tenía entonces 16 años y recuerda que por aquella época era bastante habitual ver por la zona volar aviones americanos, casi siempre “de dos en dos”. “Veíamos cómo hacían las maniobras las cisternas que venían para repostar los B52”, explica Pascual. Destaca que era un día de mucho viento y que “se aproximó con mucha rapidez la cisterna”, lo que provocó el accidente. “Lo primero que vi fue una bola de fuego, veíamos objetos volando, en Palomares cayeron trozos por todos sitios... Nos dio miedo”, cuenta este vecino.
En esos años, marcados por las estrategias de ambos bloques de la Guerra Fría, estos aviones acostumbraban a repostar así en pleno vuelo básicamente para protegerse, tal y como explica Rafael Martos, investigador y autor del libro “Palomares en los papeles secretos de EEUU”. “La manera que tenía Estados Unidos de controlar la amenaza soviética era mantener de un modo constante bombarderos cargados en vuelo”. Tenían varias rutas, y entre ellas, existía una que sobrevolaba Palomares.
No fue el primer accidente de EEUU de estas características. Por esta razón, ya sabían más o menos cómo actuar y tomaron posiciones con bastante rapidez, como apunta Rafael Martos. “En ese primer momento, la idea de Estados Unidos es sacar un rédito publicitario, es decir, de demostrar el mundo y a sus aliados que pueden confiar en ellos si se produce un accidente”.
Una de las bombas cayó a unos 150 metros de la casa de Pascual. Como cosa de niños, él y sus amigos no dudaron en acercarse a ver lo que estaba ocurriendo, e incluso algunos se atrevieron a tocar los restos. “Por debajo de donde yo vivo había caído un piloto con su paracaídas”, recuerda Pascual. Cuando llegaron ya habían rescatado al soldado, pero se acercaron a ver su silla, “con muchos botones alrededor”, señala Pascual. “A alguien se le ocurrió darle a un botón de aquellos, y salimos corriendo como si hubiera explotado algo”. En realidad, solo se trató un susto, accionaron el inflado de una balsa salvavidas.
El complicado rescate de la bomba bajo el Mediterráneo
Al contrario de estos restos esparcidos por todo el municipio, una de las bombas estuvo perdida durante 80 días, hasta que se localizó bajo las aguas del Mediterráneo. Tardaron bastante tiempo en rescatar esta bomba del mar, como detalla Rafael Martos. La encontró un vecino, conocido desde entonces como “Paco, el de la bomba”. “Extraerla fue bastante complicado, se llegaron a utilizar dos submarinos porque se encontraron con el problema de que las cartas de navegación eran bastante malas y tuvieron los americanos que reconstruirlas para localizar y extraer la bomba”.
Pascual rememora el campamento que se montó alrededor de la playa para trabajar en la zona e intentar limpiarla de restos radiactivos. Cuando volvieron a Estados Unidos, muchos de estos soldados enfermaron de cáncer y reclamaron por ello ante los tribunales. “En principio no se les atendió, pero finalmente sí lograron que se les reconociera la enfermedad derivada del contacto con material radioactivo”, indica Martos, que recuerda que también en estos trabajos hubo guardias civiles. El Gobierno español no ha dado respuesta, sin embargo, a estos agentes que estuvieron en las mismas circunstancias que los estadounidenses.
Tras la marcha de los americanos, Palomares fue volviendo poco a poco a la normalidad. Los vecinos que así lo han querido han tenido controles médicos preventivos, como indica Pascual Soler. Sin embargo, considera que en el pueblo “no hay ningún problema que se pueda atribuir a la radioactividad”.
Hay quien habla de este accidente como el “milagro de Palomares”, principalmente por dos razones. En primer lugar, porque, de haber estallado las bombas, la catástrofe hubiera sido 70 veces peor que la ocurrida en Hiroshima. Además, no hubo que lamentar ninguna muerte causada por la caída de las bombas y los restos de los aviones. De todos modos, queda aún trabajo por hacer en esta localidad almeriense.