Fernando de Haro: "El mundo a veces es un sitio sucio, muy sucio, que necesita ser lavado"

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No queríamos reconocerlo porque no siempre lo peor, la peor hipótesis es la cierta. Pero el hallazgo del cuerpo sin vida de Olivia por el robot submarino de rastreo del buque oceanográfico Ángeles Alvariño a 1.000 metros de profundidad, a unas tres millas de la costa de Tenerife confirma que el padre mató a sus hijas.

Todos estábamos pendientes de Olivia y Anna después de que desaparecieran el pasado 27 de abril. Tomás Gimeno, padre de las pequeñas, las recogió a las 17:00. La Guardia Civil cree que drogó a Anna y Olivia antes de asesinarlas. Es una de esas noticias que sobrecogen el corazón. Las escuchamos y por un segundo pensamos en Beatriz Zimmermann, la madre, en su dolor, en lo que supone vivir con algo así encima y rápidamente nos ocupamos con otra cosa, nos dedicamos a otra cosa porque es demasiado. Es demasiado que una madre se haya quedado huérfana de sus hijas de este modo tan brutal, porque es demasiado que un padre, un padre que por naturaleza, por instinto, por todas las razones del mundo debía cuidar de la vida de sus hijas, las haya matado.

Es un abismo, un agujero negro de tal calibre que queremos huir. Hay cosas que están bien y otras que están mal, y lo que ha hecho este padre con sus hijas está rematadamente mal. De hecho eso es lo que nos produce un vértigo que nos hace perder pie y nos marea: cómo cabe tanto mal en un padre. Intentamos darnos explicaciones, intentamos comprenderlo. El padre de las niñas, Tomás Gimeno era un hombre violento, un hombre posesivo.

Un hombre que pensaba que su ex pareja, Beatriz, era de su propiedad. Beatriz era para Tomas una amenaza, porque Beatriz era libre. Y desgraciadamente cada vez es más frecuente hablar de amor para describir relaciones de posesión. No hay amor si no hay libertad. Esto lo entendemos, esa parte de la historia la entendemos: entendemos cómo de violenta puede ser la pulsión posesiva. Entenderíamos también una enfermedad mental. Pero aquí estamos ante el sufrimiento de los inocentes, el intolerable y desencarnado sufrimiento de los inocentes.

Y eso es incomprensible, ese mal es un enigma, no se pueden dar explicaciones lógicas a la altura de la tragedia. De hecho los discursos palidecen. ¿Qué tipo de discurso podemos hacer cuando un padre mata a sus dos hijas? Sí, vivimos en un mundo en el que el optimismo no es suficiente.

El mundo a veces es un sitio sucio, muy sucio, que necesita ser lavado. Porque el mal es una cosa muy seria.

No sirven los discursos pero si sirve la compasión, la compasión por la madre destrozada, si sirve que el que sepa rezar rece, sirve que el pueda y quiera gritar grite contra este enigma tan grande, grite hasta quedarse afónico.

Sirve buscar una compañía, una mirada, una caricia que esté a la altura de este abismo.

Sirve saber que Anna y Olivia nacieron para un destino bueno, que ahora las tiene en sus brazos. Descansen en paz.